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Libre - Fundación César Manrique

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«Suponiendo un “equivalente económico” (...) de toda la humanidad igual a 1/10, vemos que el<br />

trabajo mecánico de los hombres es capaz de transformar en una forma superior de energía, apta<br />

para satisfacer las necesidades del ser humano, una cantidad de energía que supera en diez veces<br />

su propia magnitud; en una palabra, el trabajo humano acumula diez veces más energía de la que el<br />

propio trabajo contiene, precisamente tanta como la que se necesita para obtener la misma cantidad<br />

en la forma superior de energía mecánica que se ha utilizado (...) El trabajo humano devuelve<br />

a los hombres bajo la forma de alimentos, ropa, vivienda, satisfacción de las necesidades psíquicas,<br />

toda la cantidad de energía que fue utilizada para la producción de ese trabajo. Ello nos permite<br />

concluir que la máquina que trabaja, llamada humanidad, satisface los requisitos expuestos por Sadi<br />

Carnot para la máquina perfecta» 17 .<br />

Esta idea ha sido posteriormente bautizada por Martínez Alier como el «principio de Podolinsky»<br />

18 , y creemos que el calificativo hace justicia al esfuerzo realizado por este autor. A partir<br />

de aquí, y vistas las bondades «energéticas» del trabajo humano, no debió extrañar el intento<br />

que hizo Podolinsky por unir la teoría del valor-trabajo marxista con sus resultados en<br />

términos energéticos, ofreciendo así a las ideas marxianas un puente de unión desde las ciencias<br />

naturales. Lamentablemente la recepción por Marx y Engels de las ideas de Podolinsky no<br />

fue un episodio muy afortunado en la historia de las relaciones entre economía y ecología en<br />

general, o entre marxismo y ecología en particular.Al estudio de este pequeño «desencuentro»<br />

dedicaron en su día J. Martínez Alier y J. M. Naredo una aportación pionera 19 .<br />

A la vez que estos y otros autores tendían puentes entre las ciencias naturales y el razonamiento<br />

económico con la esperanza de mejorar la descripción y explicación de los procesos<br />

de producción y consumo, paralelamente se continuaba un debate sobre las posibilidades de la<br />

pujante civilización industrial para seguir manteniendo sus ritmos de utilización de recursos naturales<br />

en un planeta con reservas finitas.Ahora se sabe que, desde finales del siglo XIX, fue cuajando<br />

una tradición de pensamiento crítico respecto a las bondades del «crecimiento económico»<br />

en la que no han faltado tampoco las contribuciones desde el punto de vista convencional<br />

—como fue el caso de Jevons—. En esta tradición crítica cabe distinguir, hasta los años setenta<br />

del siglo XX, dos vertientes que, lejos de ser compartimentos estancos, encarnan autores que<br />

pueden ser clasificados en ambas 20 . Por un lado encontraríamos aquellos que han incidido en<br />

mayor medida en los fines a través de argumentos éticos relacionados con la falta de justicia<br />

distributiva e intergeneracional que se esconde tras la estrategia del «crecimiento». De otra<br />

parte, un variado grupo de economistas y científicos naturales ha prestado mayor atención a la<br />

imposibilidad de los medios, acusando a la economía convencional de un olvido reiterado de los<br />

límites biofísicos de las actividades económicas —puestos ahí, entre otras cosas, por las leyes<br />

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