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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberintorevolotearon por encima <strong>del</strong> <strong>la</strong>berinto y <strong>del</strong> pa<strong>la</strong>cio <strong>del</strong> rey y luego sobrevo<strong>la</strong>ron atoda velocidad <strong>la</strong> ciudad de Crosos y <strong>la</strong>s rocosas costas de Creta.Ícaro reía de pura alegría.—¡Libres, padre! Lo has conseguido.El chico extendió <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s al máximo y remontó aprovechado el viento.—¡Espera! —gritó Dédalo—. ¡Ten cuidado!Pero Ícaro ya se hal<strong>la</strong>ba sobre mar abierto y se dirigía hacia el norte, regodeándoseen su buena suerte. Se alzó a gran velocidad y espantó un águi<strong>la</strong>, que tuvo quedesviarse de su camino; luego se <strong>la</strong>nzó en picado hacia el mar, como si no hubierahecho otra cosa en su vida, para elevarse en el último segundo, rozando <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s con<strong>la</strong>s sandalias.—¡Detente! —le gritó Dédalo. Pero el viento se llevaba sus pa<strong>la</strong>bras y su hijo sehabía emborrachado con su propia libertad.El anciano hizo un esfuerzo por alcanzarlo, p<strong>la</strong>neando torpemente tras él.Estaban a muchos kilómetros de Creta, sobrevo<strong>la</strong>ndo aguas muy profundas,cuando Ícaro se volvió y reparó en <strong>la</strong> expresión angustiada de su padre.—¡No te apures, padre! —le dijo con una sonrisa—. ¡Eres un genio! Tu artilugiofunciona a <strong>la</strong> perfección...Entonces se desprendió de sus a<strong>la</strong>s <strong>la</strong> primera pluma metálica y cayórevoloteando. Luego se soltó otra. Ícaro se tambaleó en el aire. Y de repente empezó aderramar plumas de bronce, infinidad de plumas que se alejaban como una bandadade aves asustadas.—¡Ícaro! —gritó su padre—. ¡P<strong>la</strong>nea! ¡Extiende <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s! ¡Procura moverte lo menosposible!Pero Ícaro empezó a agitar los brazos, tratando desesperadamente de recuperar elcontrol.Primero se le cayó el a<strong>la</strong> izquierda, desgajándose de <strong>la</strong>s correas.—¡Padre! —gritó.A continuación, ya sin a<strong>la</strong>s, se desplomó convertido en un simple muchacho conun arnés y una túnica b<strong>la</strong>nca, que extendía los brazos en un vano intento de seguirp<strong>la</strong>neando.Desperté sobresaltado, con <strong>la</strong> sensación de estar cayendo a plomo. Todo estabaoscuro. Entre los crujidos incesantes <strong>del</strong> <strong>la</strong>berinto, me pareció oír el grito angustiadode Dédalo pronunciando el nombre de su hijo Ícaro, mientras éste, <strong>la</strong> única alegría desu vida, caía en picado al mar desde cien metros de altura.~107~

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