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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> LaberintoQuirón asintió.—Resulta irónico que te haya salvado una mortal, pero estamos en deuda con el<strong>la</strong>.Lo que te ha dicho <strong>la</strong> empusa sobre un ataque al campamento... hay que hab<strong>la</strong>rlo mása fondo. Pero, por ahora, ven. Hemos de ir al bosque. Grover querrá que estéspresente.—¿Dónde?—En <strong>la</strong> audiencia que está a punto de celebrarse —respondió con aire lúgubre—.El Consejo de los Sabios Ungu<strong>la</strong>dos se ha reunido para decidir su destino.* * *Quirón dijo que teníamos que apresurarnos, así que accedí a montarme sobre sulomo. Mientras pasábamos al galope frente a <strong>la</strong>s cabañas, eché un vistazo a <strong>la</strong> zona<strong>del</strong> comedor: un pabellón al aire libre de estilo griego situado en una colina desde <strong>la</strong>que se divisaba el mar. No había visto el pabellón desde el verano anterior y me trajomalos recuerdos.Quirón se internó en el bosque. Las ninfas se asomaron desde los árboles paramirarnos pasar. Entre <strong>la</strong> maleza se agitaron sombras enormes: los monstruos que seconservaban allí para poner a prueba a los campistas.Creía conocer muy bien aquel bosque porque en los dos últimos veranos habíajugado allí a capturar <strong>la</strong> bandera, pero Quirón me llevó por un camino que noreconocí, recorrió un túnel de viejos sauces y pasó junto a una cascada hasta llegar aun gran c<strong>la</strong>ro alfombrado con flores silvestres.Había un montón de sátiros sentados en círculo sobre <strong>la</strong> hierba. Groverpermanecía de pie, en el centro, frente a tres sátiros orondos y viejísimos que sehabían aposentado en unos tronos confeccionados con rosales recortados. Nuncahabía visto a aquellos tres sátiros ancianos, pero supuse que serían el Consejo deSabios Ungu<strong>la</strong>dos.Grover parecía contarles una historia. Se retorcía el borde de <strong>la</strong> camiseta ydesp<strong>la</strong>zaba nerviosamente su peso de una pezuña a otra. No había cambiado muchodesde el invierno anterior, quizá porque los sátiros envejecen sólo <strong>la</strong> mitad de rápidoque los humanos. Se le había reavivado el acné y los cuernos le habían crecido unpoco, de manera que asomaban entre su pelo rizado. Advertí con sorpresa que mehabía vuelto más alto que él.En un <strong>la</strong>do, fuera <strong>del</strong> círculo de sátiros, observaban <strong>la</strong> escena Annabeth, unadesconocida y C<strong>la</strong>risse. Quirón me dejó junto a el<strong>la</strong>s.C<strong>la</strong>risse llevaba su áspero pelo castaño recogido con un pañuelo de camuf<strong>la</strong>je. Se<strong>la</strong> veía más corpulenta que nunca, como si hubiese estado entrenando. Me <strong>la</strong>nzó una~27~

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