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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberinto—¿Magia? ¡Bah!—¡Sí, tío! La magia y <strong>la</strong> mecánica juntas. Con un poco de trabajo, se podría hacerun cuerpo totalmente parecido al humano, sólo que mejor. He tomado algunas notas.Le tendió al anciano un grueso rollo. Dédalo lo desplegó y estuvo leyendo unbuen rato. Luego entornó los párpados, miró al chico, cerró el rollo y carraspeó.—No saldrá bien, muchacho. Cuando seas mayor lo comprenderás.—¿Quieres que te calibre el astro<strong>la</strong>bio, tío? ¿Se te han vuelto a hinchar <strong>la</strong>sarticu<strong>la</strong>ciones?El anciano apretó los dientes.—No. Gracias. ¿Por qué no te vas por ahí un rato?Perdix no pareció advertir el enfado de su tío. Tomó un escarabajo de bronce <strong>del</strong>montón de chatarra y corrió al borde de <strong>la</strong> torre, donde sólo había un pretil bajo queapenas le llegaba a <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s. El viento sop<strong>la</strong>ba con fuerza.«Retrocede», quería gritarle, pero mi voz no sonaba.Le dio cuerda al escarabajo y lo <strong>la</strong>nzó por los aires. El artilugio desplegó <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s yse alejó con un zumbido. El chico se echó a reír, satisfecho.—Más listo que yo —masculló Dédalo en un susurro que Perdix no llegó a oír.—¿Es cierto que tu hijo se mató vo<strong>la</strong>ndo, tío? He oído que le hiciste unas a<strong>la</strong>senormes, pero que fal<strong>la</strong>ron.Dédalo cerró los puños.—Ocupar mi lugar —murmuró.El viento agitaba <strong>la</strong>s ropas <strong>del</strong> chico y le alborotaba el pelo.—Me gustaría vo<strong>la</strong>r —dijo—. Construiría unas a<strong>la</strong>s que no fal<strong>la</strong>ran. ¿Crees quesería capaz?Quizá fuera un sueño dentro de un sueño, pero de repente me imaginé a Jano, eldios de <strong>la</strong>s dos caras, flotando en el aire junto a Dédalo y sonriendo mientras sepasaba su l<strong>la</strong>ve p<strong>la</strong>teada de una mano a otra. «Elige —le susurraba al ancianoinventor—. Elige.»Dédalo tomó otro de los bichos metálicos <strong>del</strong> chico. Sus ojos estaban rojos de rabia.—Perdix —le gritó—. Tómalo.Entonces le <strong>la</strong>nzó el escarabajo de bronce. Divertido, el chico intentó atraparlo alvuelo, pero el <strong>la</strong>nzamiento era demasiado <strong>la</strong>rgo y el artilugio pasó vo<strong>la</strong>ndo. Perdixhizo un esfuerzo, se acercó al pretil demasiado y el viento lo empujó.Consiguió aferrarse al borde de <strong>la</strong> torre.—¡Tío! —gritó—. ¡Ayúdame!~138~

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