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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberintomirada asesina y murmuró: «Gamberro», lo cual debía de significar que estaba debuen humor. Su manera de saludarme más habitual consiste en intentar matarme.Annabeth rodeaba con el brazo a <strong>la</strong> otra chica, que parecía estar llorando. Erabajita —menuda, supongo que debería decir—, con un pelo <strong>la</strong>cio color ámbar y unacarita muy mona de estilo elfo. Llevaba una túnica verde de <strong>la</strong>na y sandalias concordones, y se estaba secando los ojos con un pañuelo.—Esto va fatal —gimió.—No, no —dijo Annabeth, dándole palmaditas en el hombro—. No le pasaránada, Enebro, ya lo verás.Annabeth me miró y me dijo moviendo los <strong>la</strong>bios: «La novia de Grover.»O al menos eso entendí, aunque no tenía sentido. ¿Grover con novia? Luegoexaminé a Enebro con más atención y reparé en que tenía <strong>la</strong>s orejas algopuntiagudas. Sus ojos no se veían enrojecidos por el l<strong>la</strong>nto: estaban teñidos de verde,<strong>del</strong> color de <strong>la</strong> clorofi<strong>la</strong>. Era una ninfa <strong>del</strong> bosque, una dríada.—¡Maestro Underwood! —gritó el miembro <strong>del</strong> consejo que se hal<strong>la</strong>ba a <strong>la</strong>derecha, cortando a Grover en seco—. ¿De veras espera que creamos eso?—Pe... pero, Sileno —tartamudeó Grover—, ¡es <strong>la</strong> verdad!El tipo <strong>del</strong> consejo, Sileno, se volvió hacia sus colegas y dijo algo entre dientes.Quirón se ade<strong>la</strong>ntó trotando y se situó junto a ellos. Entonces recordé que eramiembro honorario <strong>del</strong> consejo, aunque yo nunca lo había tenido muy presenté. Losancianos no causaban una gran impresión. Me recordaban a <strong>la</strong>s cabras de un zooinfantil, con aquel<strong>la</strong>s panzas enormes, su expresión soñolienta y su mirada vidriosa,que no parecía ver más allá <strong>del</strong> siguiente puñado de manduca. No lograba entenderpor qué Grover estaba tan nervioso.Sileno se estiró su polo amarillo para cubrirse <strong>la</strong> panza y se reacomodó en su tronode rosales.—Maestro Underwood, durante seis meses, ¡seis!, hemos tenido que oír esasafirmaciones escandalosas según <strong>la</strong>s cuales usted oyó hab<strong>la</strong>r a Pan, el dios salvaje.—¡Es que lo oí!—¡Qué insolencia! —protestó el anciano de <strong>la</strong> izquierda.—A ver, Marón, un poco de paciencia —intervino Quirón.—¡Mucha paciencia es lo que hace falta! —replicó Marón—. Ya estoy hasta losmismísimos cuernos de tanto disparate. Como si el dios salvaje fuera a hab<strong>la</strong>r... conése.Enebro parecía dispuesta a aba<strong>la</strong>nzarse sobre el anciano y darle una paliza, peroentre C<strong>la</strong>risse y Annabeth lograron sujetar<strong>la</strong>.—Eso sería un error —murmuró C<strong>la</strong>risse—. Espera.~28~

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