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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberinto—¡Espera, Annabeth! —dijo Quirón—. Esto va contra <strong>la</strong>s antiguas leyes. A unhéroe sólo se le permiten dos acompañantes.—Los necesito a los tres —insistió el<strong>la</strong>—. Es importante, Quirón.No entendía por qué estaba tan segura, pero me alegraba de que hubiera incluidoa Tyson. No contemp<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> posibilidad de dejarlo en el campamento. Era grande yfuerte, y tenía una asombrosa destreza para los artefactos mecánicos. A los cíclopes, adiferencia de los sátiros, no les creaba ningún problema estar bajo tierra.—Annabeth. —Quirón sacudía <strong>la</strong> co<strong>la</strong>, muy inquieto—. Piénsalo bien. Vas aquebrantar <strong>la</strong>s antiguas leyes y eso siempre acarrea consecuencias. El pasadoinvierno salieron cinco en busca de Artemisa y sólo regresaron tres. Piénsalo. El treses un número sagrado. Hay tres Moiras, tres Furias, tres hijos olímpicos de Cronos.Es un buen número, un número fuerte que se mantiene firme frente a los peligros.Cuatro... es arriesgado.Annabeth suspiró.—Lo sé. Pero hemos de hacerlo así. Por favor.A Quirón aquello no le gustaba, me daba cuenta. Quintus nos estudiaba como siquisiera descubrir quiénes de nosotros regresaríamos vivos.Quirón suspiró.—Muy bien. Suspendamos aquí <strong>la</strong> sesión. Los que van a participar en <strong>la</strong> búsquedadeben prepararse. Mañana al amanecer os enviaremos al Laberinto.* * *Quintus me llevó aparte mientras <strong>la</strong> reunión empezaba a disolverse.—Tengo un mal presentimiento —me dijo.La Señorita O'Leary se me acercó, meneando <strong>la</strong> co<strong>la</strong> alegremente. Me puso suescudo a los pies y se lo <strong>la</strong>ncé. Quintus <strong>la</strong> observó mientras <strong>la</strong> perra corría a buscarlo.Recordé lo que me había contado Enebro: que lo había visto merodeando cerca de <strong>la</strong>entrada <strong>del</strong> <strong>la</strong>berinto. No me fiaba de él, pero cuando volvió a mirarme, creí verauténtica preocupación en sus ojos.—No me gusta <strong>la</strong> idea de que bajéis —dijo—. Ninguno de vosotros. Pero, si debéishacerlo, ten presente una cosa: <strong>la</strong> razón de ser <strong>del</strong> <strong>la</strong>berinto es engañarte, distraer tuatención. Lo cual es un gran peligro para los mestizos. A nosotros es fácil distraernos.—¿Tú has estado allí?—Hace mucho —respondió con voz cansada—. Salí con vida por los pelos. Lamayoría de los que entran no tienen tanta suerte.~64~

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