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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberintomurieran de vergüenza paseándolos en aquel vehículo y haciendo ¡TOLÓN! con <strong>la</strong>bocina.Nico se sentó en <strong>la</strong> parte de atrás, seguramente para no perdernos de vista.Euritión se acomodó a su <strong>la</strong>do, con su garrote c<strong>la</strong>veteado, y se colocó el sombrero decowboy sobre los ojos como dispuesto a echar una siesta. Ortos saltó al asiento dede<strong>la</strong>nte, junto a Gerión, y empezó a <strong>la</strong>drar alegremente.Annabeth, Tyson, Grover y yo ocupamos los dos vagones de en medio.—¡Esto es un rancho enorme! —a<strong>la</strong>rdeó Gerión cuando el tren arrancó con unasacudida—. Caballos y ganado sobre todo, pero también toda c<strong>la</strong>se de variedadesexóticas.Llegamos a <strong>la</strong> cima de una colina y Annabeth sofocó un grito.—¡Hippalektryones! ¡Pensaba que se habían extinguido!Al pie de <strong>la</strong> colina, había un cercado con una docena de ejemp<strong>la</strong>res <strong>del</strong> animal másraro que he visto en mi vida: una criatura con <strong>la</strong> mitad de<strong>la</strong>ntera de caballo y <strong>la</strong>mitad trasera de un gallo. Las patas posteriores eran unas enormes garras amaril<strong>la</strong>s.Tenían un penacho de plumas en <strong>la</strong> co<strong>la</strong> y <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s rojas. Mientras los contemp<strong>la</strong>ba,dos de ellos se enzarzaron en una pelea por un montón de semil<strong>la</strong>s. Se alzaron sobre<strong>la</strong>s patas traseras y empezaron a relinchar y a golpearse con <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s hasta que el demenor tamaño se alejó con un extraño galope, dando saltitos a cada paso.—¡Ponis gallo! —dijo Tyson, alucinado—. ¿Ponen huevos?—¡Una vez al año! —respondió Gerión, que nos sonreía por el retrovisor—. ¡Muysolicitados para hacer tortil<strong>la</strong>s!—¡Eso es horrible! —exc<strong>la</strong>mó Annabeth—. ¡Debe de ser una especie en peligro deextinción!Gerión hizo un ademán despectivo.—El oro es el oro, querida. Y seguro que cambiaría de opinión si hubiese probadoesas tortil<strong>la</strong>s.—No es justo —murmuró Grover, pero Gerión prosiguió sus explicaciones comosi nada.—Allá abajo —señaló— tenemos los caballos que arrojan fuego por <strong>la</strong>s narices;quizá los hayan visto por el camino. Han sido criados para <strong>la</strong> guerra, desde luego.—¿Qué guerra? —le pregunté.Gerión sonrió con astucia.—Ah, <strong>la</strong> primera que se presente... Y allí, a lo lejos, nuestras preciadas vacas rojas,naturalmente.~114~

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