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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberintorespingona, <strong>la</strong>s cejas arqueadas y una extraña sonrisa, como si estuviera tratando dehacerse el valiente. Pero fue sólo un momento, porque su cara enseguida volvió a ser<strong>la</strong> de antes.—No funciona —se <strong>la</strong>mentó—. Mi cara de susto regresa una y otra vez.—¿Cómo has hecho eso? —pregunté.Annabeth me dio un codazo.—No seas maleducado. Los centimanos tienen cincuenta caras distintas.—Debe de ser complicado hacer <strong>la</strong> foto de fin de curso.Tyson aún estaba en trance.—¡Todo saldrá bien, Briares! ¡Te ayudaremos! ¿Me das tu autógrafo?Briares se sorbió los mocos.—¿Tienes cien bolígrafos?—Chicos —los interrumpió Grover—. Hemos de salir de aquí. Campe va a volver.Nos detectará tarde o temprano.—Rompe los barrotes —apuntó Annabeth.—¡Sí! —exc<strong>la</strong>mó Tyson sonriendo con orgullo—. Briares puede hacerlo. Es muyfuerte. Incluso más que los cíclopes. ¡Mirad!Briares gimoteó. Una docena de sus manos empezaron a jugar dando palmadascruzadas, pero ninguna hizo el menor intento de romper los barrotes.—Si tan fuerte es —dije—, ¿por qué se encuentra encerrado en <strong>la</strong> cárcel?Annabeth me dio otra vez en <strong>la</strong>s costil<strong>la</strong>s.—Está aterrorizado —susurró—. Campe lo tuvo encerrado en el Tártaro durantemiles de años. ¿Cómo te sentirías tú?El centimano se cubrió <strong>la</strong> cara otra vez.—¿Briares? —dijo Tyson—. ¿Qué te ocurre? ¡Muéstranos tu fuerza descomunal!—Tyson —intervino Annabeth—. Creo que será mejor que rompas tú los barrotes.La sonrisa de Tyson fue borrándose lentamente.—Yo los rompo —accedió. Asió <strong>la</strong> puerta entera de <strong>la</strong> celda y <strong>la</strong> arrancó de susgoznes como si fuera de arcil<strong>la</strong>.—Venga, Briares —dijo Annabeth—. Vamos a sacarte de aquí.Le tendió <strong>la</strong> mano. Durante un instante, <strong>la</strong> cara de Briares se transformó y adoptóuna expresión esperanzada. Muchos brazos se extendieron hacia fuera, pero muchosmás —al menos el doble— los apartaron a cachetes.—No puedo —dijo—. Me castigará.~94~

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