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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberinto—¡Luke! —exc<strong>la</strong>mé.No sé si llegó a oírme entre el rugido de <strong>la</strong> multitud, pero me sonrió fríamente.Llevaba unos pantalones de camuf<strong>la</strong>je, una camiseta b<strong>la</strong>nca y una coraza de bronce,tal como lo había visto en mi sueño. Pero todavía iba sin su espada, cosa que mepareció extraña. Junto a él se sentaba el gigante más enorme que he visto jamás:muchísimo más grande, en todo caso, que el que luchaba en <strong>la</strong> pista con el centauro.Aquél debía de medir cerca de cinco metros y era tan corpulento que ocupaba él solotres asientos. Llevaba únicamente un taparrabos, como un luchador de sumo.Su piel de color rojo oscuro estaba tatuada con dibujos de o<strong>la</strong>s azules. Supuse quesería el nuevo guardaespaldas de Luke.Se oyó un a<strong>la</strong>rido en el ruedo y retrocedí de un salto justo cuando el centauroaterrizaba a mi <strong>la</strong>do.Me miró con ojos suplicantes.—¡Socorro!Eché mano a <strong>la</strong> espada, pero me <strong>la</strong> habían quitado y aún no había reaparecido enmi bolsillo.El centauro se debatía en el suelo y trataba de incorporarse, mientras el gigante seacercaba con <strong>la</strong> jabalina en ristre.Una mano férrea me agarró <strong>del</strong> hombro.—Si aprecias <strong>la</strong>s vidasss de tus amigasss —me advirtió <strong>la</strong> dracaena que mecustodiaba—, será mejor que no te entrometas. Éste no es tu combate. Aguarda a quellegue tu turno.El centauro no podía levantarse. Se había roto una pata. El gigante le puso suenorme pie en el pecho y alzó <strong>la</strong> jabalina. Levantó <strong>la</strong> vista para mirar a Luke. Lamuchedumbre gritó:—¡muerte! ¡muerte!Luke no movió una ceja, pero su colega, el luchador de sumo tatuado, se puso enpie y dirigió una sonrisa al centauro, que gimoteaba desesperado:—¡No! ¡Por favor!El tipo extendió <strong>la</strong> mano y colocó el pulgar hacia abajo.Cerré los ojos cuando el g<strong>la</strong>diador levantó el arma sobre su víctima. Al volver aabrirlos, el centauro se había desintegrado y convertido en ceniza. Lo único quequedaba era una pezuña, que el gigante recogió <strong>del</strong> suelo y mostró a <strong>la</strong> multitudcomo si fuese un trofeo. Se alzó un rugido de aprobación.En el extremo opuesto de <strong>la</strong> pista se abrió una puerta y el gigante desfiló con airetriunfal.~199~

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