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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberintoaquél iba a ser quizá el lugar donde habría de sucumbir. Nada de profecías sobre mí.Acabaría destrozado en el corazón de un volcán por una pandil<strong>la</strong> de leones marinoscon cara de perro. Los jóvenes telekhines habían llegado ahora a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>taforma y me<strong>la</strong>nzaban gruñidos mientras aguardaban a que sus mayores se ocuparan de mí.Sentí que me ardía una cosa en el muslo. El silbato de hielo estaba cada vez másfrío. Si alguna vez iba a necesitar ayuda en mi vida, sería en ese momento. Perovacilé. No me fiaba <strong>del</strong> regalo de Quintus.Antes de acertar a decidirme, el telekhine más alto dijo:—Veamos lo fuerte que es. ¡A ver cuánto tarda en arder!Recogió un poco de <strong>la</strong>va <strong>del</strong> horno más cercano, lo cual hizo que se le prendierafuego en los dedos, cosa que a él no pareció molestarle. Los demás telekhines loimitaron. El primero me arrojó un puñado de roca fundida y me incendió lospantalones. Otros dos puñados me salpicaron en el pecho. Muerto de terror, tiré <strong>la</strong>espada y me sacudí <strong>la</strong> ropa. Las l<strong>la</strong>mas empezaban a envolverme. Curiosamente, alprincipio sólo noté un calorcito, pero luego <strong>la</strong> temperatura empezó a subir de formavertiginosa.—La naturaleza de tu padre te protege —dijo uno de ellos—. Hacerte arder resultadifícil. Pero no imposible, jovencito. No imposible.Me arrojaron más <strong>la</strong>va y recuerdo que me puse a chil<strong>la</strong>r. Estaba envuelto enl<strong>la</strong>mas. Aquel dolor era lo peor que había sentido en mi vida. Me consumía. Medesmoroné en el suelo y oí los aullidos extasiados de los niños demonio.Entonces recordé <strong>la</strong> voz de <strong>la</strong> náyade <strong>del</strong> río: «El agua está en mi interior.»Necesitaba el mar. Sentí un tirón en <strong>la</strong>s entrañas, pero no tenía nada alrededor queme ayudara. Ni un grifo ni un río. Ni siquiera un caparazón de molusco petrificado.Además, <strong>la</strong> última vez que había desatado mi poder en los establos, había habido uninstante terrorífico en el que casi se me había escapado de <strong>la</strong>s manos.Pero no tenía opción. Invoqué el mar. Rebusqué en mi interior y me esforcé enrecordar <strong>la</strong>s o<strong>la</strong>s y <strong>la</strong>s corrientes, <strong>la</strong> fuerza incesante <strong>del</strong> océano. Y <strong>la</strong> desaté con unespantoso grito.Más tarde no fui capaz de describir exactamente lo ocurrido. Un explosión, unmaremoto, un poderoso torbellino me atrapó y me arrastró hacia abajo, hacia el <strong>la</strong>gode <strong>la</strong>va. El agua y el fuego entraron en contacto. Estalló una columna de vaporardiente y salí propulsado desde el corazón <strong>del</strong> volcán en una descomunal explosión:apenas una astil<strong>la</strong> impulsada por una presión de un millón de tone<strong>la</strong>das. Lo últimoque recuerdo antes de perder el conocimiento fue <strong>la</strong> sensación de vo<strong>la</strong>r, de vo<strong>la</strong>r tanalto que Zeus jamás me lo perdonaría. Y luego <strong>la</strong> impresión de descenso, de que elhumo, el fuego y el agua salían de mí. Era un cometa que corría disparado hacia <strong>la</strong>tierra.~161~

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