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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberinto—Hemos de santificar<strong>la</strong> con sangre —dijo el telekhine—. Luego tú, mestizo,cuando nuestro señor despierte, nos ayudarás a ofrecérse<strong>la</strong>.Corrí hacia <strong>la</strong> fortaleza. Me palpitaban los oídos. No es que me apeteciera muchoacercarme a aquel espantoso mausoleo negro, pero tenía que hacerlo. Debía impedirque Cronos se alzara, y aquel<strong>la</strong> sería tal vez mi única ocasión.Crucé vo<strong>la</strong>ndo un vestíbulo oscuro y llegué a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> principal. El suelo relucíacomo un piano de caoba: completamente negro y, sin embargo, lleno de luz. Junto a<strong>la</strong>s paredes, se alineaban estatuas de mármol negro. No reconocía <strong>la</strong>s caras, perocomprendía que se trataba de <strong>la</strong>s imágenes de los titanes que habían gobernado antesde los dioses. Al fondo de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong>, entre dos braseros de bronce, se alzaba un estrado,y sobre éste se hal<strong>la</strong>ba el sarcófago dorado.Aparte <strong>del</strong> chisporroteo <strong>del</strong> fuego, reinaba un completo silencio. No estaba Luke.No había guardias. Nada.Parecía demasiado fácil, pero me acerqué al estrado.El sarcófago era tal como lo recordaba: de unos tres metros de <strong>la</strong>rgo, demasiadogrande para un ser humano. Tenía esculpidas en relieve una serie de intrincadasescenas de muerte y destrucción: imágenes de los dioses pisoteados por carros decombate y de los templos y monumentos más famosos <strong>del</strong> mundo, destrozados yenvueltos en l<strong>la</strong>mas. Todo el ataúd desprendía un halo de frío g<strong>la</strong>cial. Mi aliento setransformaba en nubes de vapor, como si estuviera en el interior de un frigorífico.Saqué a Contracorriente. Sentir su peso en mi mano me reconfortó un poco.Cada vez que me había acercado a Cronos en el pasado, su voz maligna me habíahab<strong>la</strong>do en el interior de mi mente. ¿Por qué permanecía ahora en silencio? Habíasido descuartizado en mil<strong>la</strong>res de pedazos con su propia guadaña. ¿Qué iba aencontrarme si abría <strong>la</strong> tapa <strong>del</strong> ataúd? ¿Cómo podían construirle un nuevo cuerpo?No tenía respuesta para eso. So<strong>la</strong>mente sabía una cosa: si estaba a punto dealzarse, debía abatirlo antes de que se hiciera con su guadaña. Tenía que hal<strong>la</strong>r elmodo de detenerlo.Me detuve junto al sarcófago. La tapa estaba decorada todavía más profusamenteque los costados, con escenas de terribles carnicerías y de poderío desatado. Enmedio había una inscripción grabada con letras más antiguas que el griego: unalengua mágica. No pude leer<strong>la</strong> bien, pero sabía lo que decía: «CRONOS, SEÑOR DELTIEMPO.»Toqué <strong>la</strong> tapa con <strong>la</strong> mano. Las yemas de los dedos se me pusieron azules. Unacapa de escarcha rodeó mi espada.Entonces oí ruido a mi espalda. Voces que se aproximaban. Ahora o nunca.Empujé <strong>la</strong> tapa dorada y cayó al suelo con un enorme ¡BRAAAAMMM!~231~

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