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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> LaberintoEntonces oí un aullido detrás de mí. Una enorme sombra se aba<strong>la</strong>nzó sobreCampe, quitándo<strong>la</strong> bruscamente de en medio. Ahora era <strong>la</strong> mole de <strong>la</strong> SeñoritaO'Leary lo que teníamos encima, soltando gruñidos y <strong>la</strong>nzándole dentel<strong>la</strong>das almonstruo.—¡Buena chica! —dijo una voz conocida. Dédalo se abría paso con su espadadesde <strong>la</strong> entrada <strong>del</strong> <strong>la</strong>berinto, abatiendo enemigos a diestra y siniestra yaproximándose a nosotros. Había alguien más a su <strong>la</strong>do: un gigante muchísimo másalto que los lestrigones, con un centenar de brazos sinuosos y cada uno de ellos conuna roca de buen tamaño.—¡Briares! —gritó Tyson, asombrado.—¡Ho<strong>la</strong>, hermanito! —bramó el gigante—. ¡Aguanta!Y mientras <strong>la</strong> Señorita O'Leary se hacía rápidamente a un <strong>la</strong>do, el centimano le<strong>la</strong>nzó a Campe una ráfaga de rocas que parecían aumentar de tamaño al salir de susmanos. Y eran tantas que parecía que <strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong> tierra hubiera aprendido a vo<strong>la</strong>r.¡BRUUUUUM!Allí donde se hal<strong>la</strong>ba Campe un segundo antes sólo vi de repente una montaña derocas casi tan grande como el Puño de Zeus. El único signo de que el monstruo habíaexistido eran dos puntas verdes de espada que sobresalían por <strong>la</strong>s grietas.Una oleada de vítores estalló entre los campistas. Pero nuestros enemigos noestaban vencidos aún.—¡Acabad con ellos! —chilló una dracaena—. ¡Matadlos a todos o Cronos osdesol<strong>la</strong>rá vivos!Por lo visto aquel<strong>la</strong> amenaza era más terrorífica que nosotros mismos. Losgigantes se <strong>la</strong>nzaron en tropel en un último y desesperado intento. Uno de ellossorprendió a Quirón con un golpe oblicuo en <strong>la</strong>s patas traseras, que lo hizotrastabil<strong>la</strong>r y caer. Otros seis gigantes gritaron eufóricos y avanzaron corriendo.—¡No! —grité, pero estaba demasiado lejos para echar una mano.Y entonces sucedió. Grover abrió <strong>la</strong> boca y de el<strong>la</strong> surgió el sonido más horribleque he oído. Era como una trompeta amplificada mil veces: el sonido <strong>del</strong> miedo enestado puro.Los secuaces de Cronos, todos a una, soltaron sus armas y echaron a correr comosi en ello les fuera <strong>la</strong> vida. Los gigantes pisotearon a <strong>la</strong>s dracaenae para huir primeropor el <strong>la</strong>berinto. Los telekhines, los perros <strong>del</strong> infierno y los mestizos enemigos seapresuraban tras ellos a tropezones. El túnel se cerró, retumbando. La batal<strong>la</strong> habíallegado a su fin. El c<strong>la</strong>ro se quedó de repente en silencio, salvo por el crepitar <strong>del</strong>fuego en el bosque y los <strong>la</strong>mentos de los heridos.Ayudé a Annabeth a ponerse de pie y corrimos hacia Quirón.—¿Te encuentras bien? —le pregunté.~253~

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