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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberinto—¿Un éxito? —dijo Annabeth—. Luke ya no existe. Dédalo ha muerto. Pan hamuerto. ¿Cómo podéis...?—Nuestra familia está a salvo —insistió Hera—. En cuanto a esos otros, mejor quese hayan ido, querida. Estoy orgullosa de ti.Cerré los puños con fuerza. No podía creer que estuviese diciendo aquello.—Fuisteis vos quien pagó a Gerión para que nos permitiera cruzar por su rancho,¿no es cierto?Hera se encogió de hombros. En <strong>la</strong> te<strong>la</strong> de su vestido temb<strong>la</strong>ban los colores de<strong>la</strong>rco iris.—Quería facilitaros el camino.—Pero Nico no os importaba. Os parecía bien que se lo entregaran a los titanes.—Oh, vamos. —La diosa hizo un ademán despectivo—. El propio hijo de Hades loha dicho. Nadie quiere tenerlo cerca. Él no encaja, no resulta adecuado en ningunaparte.—Hefesto tenía razón —mascullé—. Lo único que os importa es vuestra familia«perfecta», no <strong>la</strong> gente real.Sus ojos re<strong>la</strong>mpaguearon peligrosamente.—Cuida tus pa<strong>la</strong>bras, hijo de Poseidón. Te he orientado en el <strong>la</strong>berinto más vecesde <strong>la</strong>s que crees. Estuve a tu <strong>la</strong>do cuando te enfrentaste a Gerión. Permití que tuflecha vo<strong>la</strong>se recta. Te envié a <strong>la</strong> is<strong>la</strong> de Calipso. Te abrí el paso a <strong>la</strong> montaña <strong>del</strong>titán... Annabeth, querida, seguro que tú sí eres consciente de lo mucho que os heayudado. Agradecería un sacrificio por todos mis esfuerzos.Annabeth permanecía tan inmóvil como una estatua. Podría haberle dado <strong>la</strong>sgracias. Podría haber prometido que arrojaría al brasero una parte de <strong>la</strong> barbacoa enhonor a <strong>la</strong> divinidad y olvidar sin más el asunto. Pero lo que hizo fue apretar losdientes con aire testarudo. Tenía el mismo aspecto que cuando se había enfrentado a<strong>la</strong> esfinge: como si no estuviera dispuesta a aceptar una respuesta fácil, aunque ello leacarrease graves problemas. Me di cuenta de que ése era uno de los rasgos que másme gustaban de Annabeth.—Percy tiene razón —replicó, dándole <strong>la</strong> espalda—. Sois vos <strong>la</strong> que no resultáisadecuada, reina Hera. Así que <strong>la</strong> próxima vez, gracias... Pero no, gracias.La mueca de desdén de <strong>la</strong> diosa era mucho peor que <strong>la</strong> de una empusa. Su formaempezó a resp<strong>la</strong>ndecer.—Te arrepentirás de este insulto, Annabeth. Te arrepentirás de verdad.Desvié <strong>la</strong> mirada mientras Hera adoptaba su auténtica forma divina y desaparecíaen una l<strong>la</strong>marada de luz.~268~

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