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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> LaberintoCapítulo 16Abro un ataúdSaltar por una ventana a mil quinientos metros <strong>del</strong> suelo no suele ser mi diversiónfavorita. Sobre todo si llevo encima unas a<strong>la</strong>s de bronce y tengo que agitar los brazoscomo un pato.Caía en picado hacia el valle: directo hacia <strong>la</strong>s rocas rojizas <strong>del</strong> fondo. Ya estabaconvencido de que iba a convertirme en una mancha de grasa en el Jardín de losDioses cuando oí que Annabeth me gritaba desde arriba:—¡Extiende los brazos! ¡Mantenlos extendidos!Por suerte, <strong>la</strong> pequeña parte de mi cerebro de <strong>la</strong> que aún no se había apoderado elpánico captó sus instrucciones y mis brazos obedecieron. En cuanto los extendí, <strong>la</strong>sa<strong>la</strong>s se pusieron rígidas, atraparon el viento y frenaron mi caída. Empecé a descenderp<strong>la</strong>neando, pero ya con un ángulo sensato, como un halcón cuando se <strong>la</strong>nza sobre supresa.Aleteé una vez con los brazos, para probar, y tracé un arco en el aire con el vientosoplándome en los oídos.—¡Yuju! —grité. Era una sensación increíble. En cuanto le pillé el tranquillo, sentícomo si <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s formaran parte de mi cuerpo. Podía remontarme en el cielo o bajar enpicado cuando lo deseaba.Levanté <strong>la</strong> vista y vi a mis amigos —Rachel, Annabeth y Nico— describiendocírculos y destel<strong>la</strong>ndo al sol con sus a<strong>la</strong>s metálicas. Más allá, se divisaba <strong>la</strong> humaredaque salía por los ventanales <strong>del</strong> taller de Dédalo.—¡Aterricemos! —gritó Annabeth—. Estas a<strong>la</strong>s no durarán eternamente.—¿Cuánto tiempo calcu<strong>la</strong>s? —preguntó Rachel.—¡Prefiero no averiguarlo!Nos <strong>la</strong>nzamos en picado hacia el Jardín de los Dioses. Tracé un círculo completoalrededor de una de <strong>la</strong>s agujas de piedra y les di un susto de muerte a un par deesca<strong>la</strong>dores. Luego p<strong>la</strong>neamos los cuatro sobre el valle, sobrevo<strong>la</strong>mos una carretera yfuimos a parar a <strong>la</strong> terraza <strong>del</strong> centro de visitantes. Era media tarde y aquello estaba~223~

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