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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> LaberintoEsa noche dormí en mi propia litera y, por primera vez desde hacía semanas,desde que había despertado en <strong>la</strong> is<strong>la</strong> de Calipso, los sueños volvieron aencontrarme.Me hal<strong>la</strong>ba en <strong>la</strong> corte de un rey: una espaciosa sa<strong>la</strong> b<strong>la</strong>nca en <strong>la</strong> que destacabanunas columnas de mármol y un trono de madera en el que se sentaba un tipo rollizocon el pelo rizado y rojizo, tocado por una corona de <strong>la</strong>urel. Había tres chicas a su<strong>la</strong>do que parecían sus hijas, todas pelirrojas como él y con túnicas azules.Las puertas se abrieron con un crujido y un heraldo se ade<strong>la</strong>ntó y anunció:—¡Minos, rey de Creta!Me puse alerta, pero el hombre <strong>del</strong> trono se limitó a sonreír a sus hijas.—Me muero de impaciencia por ver <strong>la</strong> expresión de su cara.Minos, el siniestro monarca en persona, entró majestuosamente. Era tan alto ytenía un aire tan serio que el otro rey parecía ridículo comparado con él. La barbapuntiaguda de Minos se había vuelto gris. Estaba más <strong>del</strong>gado que <strong>la</strong> última vez quelo había visto en sueños y tenía <strong>la</strong>s sandalias manchadas de barro, pero en sus ojoshabitaba <strong>la</strong> crueldad de siempre.Se inclinó rígidamente ante el hombre <strong>del</strong> trono.—Rey Cócalo, tengo entendido que habéis resuelto mi pequeño enigma.Éste sonrió.—Yo no lo l<strong>la</strong>maría pequeño, rey Minos. Sobre todo cuando vos mismo habéisanunciado a los cuatro vientos que estáis dispuesto a pagar mil talentos de oro aquien sea capaz de resolverlo. ¿Es auténtica esa oferta?Minos dio una palmada. Aparecieron dos guardias fornidos, que a duras penaslograban sostener una enorme caja de madera. La pusieron a los pies de Cócalo y <strong>la</strong>abrieron. Un sinfín de barras de oro perfectamente api<strong>la</strong>das refulgía en su interior.Aquello debía de valer tropecientos millones de dó<strong>la</strong>res.Cócalo silbó, admirado.—Habréis dejado vuestro reino en <strong>la</strong> bancarrota para reunir semejanterecompensa, amigo mío.—Eso no es asunto vuestro.Cócalo se encogió de hombros.—El enigma era bastante sencillo, en realidad. Uno de mis criados lo resolvió.—Padre —le dijo una de <strong>la</strong>s chicas, en señal de advertencia. Era algo más alta quesus hermanas y parecía <strong>la</strong> mayor.~182~

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