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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberintode<strong>la</strong>nte y exhibían el uniforme de Goode con aire engreído, en p<strong>la</strong>n «somos unostipos guays». Los profesores circu<strong>la</strong>ban de acá para allá, sonriendo y estrechando <strong>la</strong>mano a los alumnos. Las paredes <strong>del</strong> gimnasio estaban cubiertas de carteles enormesde color morado y b<strong>la</strong>nco que rezaban: «BIENVENIDOS, FUTUROS ALUMNOS DEPRIMERO. GOODE ES GUAY. SOMOS UNA FAMILIA», y otras consignas simi<strong>la</strong>resque me daban ganas de vomitar.Ninguno de los futuros alumnos parecía muy entusiasmado. Tener que asistir auna sesión de orientación en pleno junio, cuando <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses no empezaban hastaseptiembre, no era un p<strong>la</strong>n demasiado apetecible. Pero en Goode «¡Nos preparamospara ser los mejores cuanto antes!». Al menos eso afirmaba uno de los carteles.La banda de música terminó de maul<strong>la</strong>r por fin y un tipo con traje a rayas seacercó al micrófono y empezó a hab<strong>la</strong>r. Había mucho eco en el gimnasio y yo no meenteraba de nada. Por mí, podría haber estado haciendo gárgaras.De pronto alguien me agarró <strong>del</strong> hombro.—¿Qué haces tú aquí?Era el<strong>la</strong>: mi pesadil<strong>la</strong> pelirroja.—Rachel Elizabeth Dare —dije.Se quedó boquiabierta, como si le pareciese increíble que recordara su nombre.—Y tú eres Percy no sé qué. No oí bien tu nombre en diciembre, cuando estuvistea punto de matarme.—Oye, yo no era... no fui... ¿Qué estás haciendo aquí?—Lo mismo que tú, supongo. Asistir a <strong>la</strong> sesión de orientación.—¿Vives en Nueva York?—¿Creías que vivía en <strong>la</strong> presa Hoover?Nunca se me había ocurrido. Siempre que pensaba en esa chica (y no estoydiciendo que pensase en el<strong>la</strong>; sólo me acordaba fugazmente de vez en cuando,¿vale?), me figuraba que viviría por <strong>la</strong> zona de <strong>la</strong> presa Hoover, ya que fue allí dondenos conocimos. Pasamos juntos quizá unos diez minutos y, aunque durante esetiempo <strong>la</strong> amenacé con mi espada (pero fue sin querer), el<strong>la</strong> me salvó <strong>la</strong> vida y yo meapresuré a huir de una pandil<strong>la</strong> de criaturas mortíferas sobrenaturales. En fin, yasabes a qué me refiero: el típico encuentro casual.A nuestras espaldas, un chico nos susurró:—Eh, cerrad el pico, que van a hab<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s animadoras.—¡Ho<strong>la</strong>, chicos! —dijo una muchacha con excitación. Era <strong>la</strong> rubia de <strong>la</strong> entrada—.Me l<strong>la</strong>mo Tammi y mi compañera es Kelli.Esta última hizo <strong>la</strong> rueda.~11~

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