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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> LaberintoEl perro <strong>del</strong> infierno se volvió con un gruñido y saltó sobre mí. Me habría hechopedazos con sus garras, pero al caer al suelo me encontré un recipiente de barro: unode los tarros de fuego griego de Beckendorf. Me apresuré a arrojárselo a <strong>la</strong>s fauces y<strong>la</strong> criatura estalló en l<strong>la</strong>mas. Me aparté, jadeando.El sátiro que había sido pisoteado por el perro <strong>del</strong> infierno no se movía. Corrí a vercómo estaba, pero en ese momento oí <strong>la</strong> voz de Grover:—¡Percy!Se había desatado un incendio en el bosque. El fuego rugía a tres metros <strong>del</strong> árbolde Enebro, y el<strong>la</strong> y Grover estaban enloquecidos tratando de salvarlo. El tocaba unacanción de lluvia con sus f<strong>la</strong>utas mientras Enebro, ya a <strong>la</strong> desesperada, trataba deapagar <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas con su chal verde, aunque lo único que conseguía era empeorar <strong>la</strong>scosas.Corrí hacia ellos, saltando entre distintos contendientes y colándome entre <strong>la</strong>spiernas de los gigantes. La fuente de agua más cercana era el arroyo, que quedabacasi a un kilómetro... Tenía que hacer algo. Me concentré. Sentí un tirón en <strong>la</strong>sentrañas y un fragor en los oídos. Un muro de agua avanzó de repente entre losárboles, sofocó el incendio y dejó empapados a Enebro, Grover y casi todos losdemás.El sátiro escupió un chorro de agua.—¡Gracias, Percy!—¡De nada! —Regresé corriendo al combate, al tiempo que <strong>la</strong> parejita me seguía.El tenía una porra en <strong>la</strong> mano y el<strong>la</strong>, una fusta como <strong>la</strong>s que usaban antiguamente enlos colegios. Se <strong>la</strong> veía muy enfadada, como si estuviera dispuesta a zurrarle aalguien en el trasero.Cuando ya parecía que <strong>la</strong> batal<strong>la</strong> estaba otra vez equilibrada y que quizá teníamosalguna posibilidad, nos llegó desde el <strong>la</strong>berinto el eco de un chillido sobrenatural: unruido que en mi vida había oído.Y súbitamente Campe salió disparada hacia el cielo, con sus a<strong>la</strong>s de murcié<strong>la</strong>godesplegadas, y fue a aterrizar en lo alto <strong>del</strong> Puño de Zeus, desde donde examinó <strong>la</strong>carnicería. Su rostro estaba inundado de una euforia maligna. Las cabezas mutantesde animales le crecían en <strong>la</strong> cintura y <strong>la</strong>s serpientes silbaban y se le arremolinabanalrededor de <strong>la</strong>s piernas. En <strong>la</strong> mano derecha sostenía un ovillo reluciente de hilo, elde Ariadna, pero enseguida lo guardó en <strong>la</strong> boca de un león, como si fuera unbolsillo, y sacó sus dos espadas curvas. Las hojas bril<strong>la</strong>ban con su habitual fulgorverde venenoso. Campe soltó un chillido triunfal y algunos campistas gritarondespavoridos; otros trataron de huir corriendo y fueron pisoteados por los perros <strong>del</strong>infierno o por los gigantes.~251~

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