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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberinto—¿Conque has sacado de paseo a tu pequeña mascota mortal? —me dijo—. ¡Sontan frágiles! ¡Tan fáciles de romper!A nuestra espalda, los pasos retumbaron cada vez más cerca hasta que una siluetadescomunal se perfiló entre <strong>la</strong>s sombras: un gigante lestrigón de dos metros y mediocon colmillos afi<strong>la</strong>dos y los ojos inyectados en sangre.El gigante se re<strong>la</strong>mió al vernos.—¿Puedo comérmelos?—No —replicó Kelli—. Tu amo los querrá vivos. Le proporcionarán diversión de<strong>la</strong> buena. —Me dirigió una sonrisa sarcástica—. En marcha, mestizos. O sucumbiréisaquí mismo los tres, empezando por <strong>la</strong> mascota mortal.* * *Aquello venía a ser mi peor pesadil<strong>la</strong>. Y te aseguro que había tenido ya unascuantas. Nos hicieron desfi<strong>la</strong>r por el túnel f<strong>la</strong>nqueados por <strong>la</strong>s dracaenae. Kelli y elgigante iban detrás, por si tratábamos de escapar. A nadie parecía preocuparle queecháramos a correr hacia de<strong>la</strong>nte: era <strong>la</strong> dirección que querían que siguiéramos.Al fondo distinguí unas puertas de bronce que tendrían tres metros de altura y sehal<strong>la</strong>ban decoradas con un par de espadas cruzadas. Desde el otro <strong>la</strong>do nos llegó unrugido amortiguado, como el de una gran multitud.—Ah, sssssí —susurró <strong>la</strong> mujer serpiente de mi izquierda—. Le gustaréisss muchoa nuestro anfitrión.Nunca había visto a una dracaena tan de cerca y, <strong>la</strong> verdad, no me emocionabademasiado esa oportunidad única. Tenía una cara que tal vez habría resultadohermosa de no ser por su lengua bífida y por aquellos ojos amarillos con ranurasnegras en lugar de pupi<strong>la</strong>s. Llevaba una armadura de bronce que le llegaba a <strong>la</strong>cintura. Por debajo, en vez de piernas le salían dos gruesos troncos de serpientemoteados de bronce y verde. Avanzaba medio deslizándose y medio caminando,como si llevara puestos unos esquíes animados.—¿Quién es vuestro anfitrión? —pregunté.—Ah, ya lo verásss. Os llevaréisss divinamente. Al fin y al cabo, es tu hermano.—¿Mi qué? —Pensé inmediatamente en Tyson, pero no era posible. ¿A quiénpodría referirse?El gigante se ade<strong>la</strong>ntó y abrió <strong>la</strong>s puertas.—Tú te quedas aquí —le dijo a Annabeth, sujetándo<strong>la</strong> de <strong>la</strong> camisa.~197~

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