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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> LaberintoCapítulo 10Participamos en un concurso mortal de enigmasHabía oscurecido ya cuando hicimos nuestra invocación ante un agujero de seismetros de <strong>la</strong>rgo, junto al depósito de <strong>la</strong> fosa séptica. Era un depósito de coloramarillo chillón y en un <strong>la</strong>do tenía una cara sonriente y unas letras rojas que decían:«FELICES VERTIDOS S.A.» No encajaba demasiado con el ambiente de unainvocación a los muertos, <strong>la</strong> verdad.Había luna llena. Las nubes p<strong>la</strong>teadas se deslizaban perezosamente por el cielo.—Minos ya debería estar aquí —dijo Nico, frunciendo el ceño—. Es noche cerrada.—Quizá se ha perdido —dije, esperanzado.Él empezó a derramar cerveza de raíces y arrojó carne asada en el interior de <strong>la</strong>fosa; luego entonó un cántico en griego antiguo. Los grillos enmudecieron en el acto.En mi bolsillo, el silbato para perros de hielo estigio empezó a enfriarse y acabóconge<strong>la</strong>do y pegado a mi muslo.—Dile que pare —me susurró Tyson.Una parte de mí sentía lo mismo. Aquello era antinatural. El aire de <strong>la</strong> noche sehabía vuelto gélido y amenazador. Pero, antes de que pudiera decir nada,comparecieron los primeros espíritus. Surgió de <strong>la</strong> tierra una nieb<strong>la</strong> sulfurosa y <strong>la</strong>ssombras se espesaron y adoptaron formas humanas. Una silueta azul se deslizó hastael borde de <strong>la</strong> fosa y se arrodilló para beber.—¡Detenlo! —exc<strong>la</strong>mó Nico, interrumpiendo por un instante su cántico—. ¡SóloBianca puede beber!Saqué a Contracorriente. A <strong>la</strong> vista <strong>del</strong> bronce celestial, los fantasmas se batieron enretirada con un silbido unánime. Pero ya era tarde para detener al primer espíritu,que había cobrado <strong>la</strong> forma de un hombre barbado con túnica b<strong>la</strong>nca. Llevaba unadiadema de oro en <strong>la</strong> frente; sus ojos, aunque estuvieran muertos, adquirían vida depura malicia.—¡Minos! —dijo Nico—. ¿Qué estás haciendo?~131~

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