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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> LaberintoAnnabeth y yo permanecimos unos cinco minutos observando a Rachel sin queel<strong>la</strong> diera muestras de haber reparado en nosotros. No se movió ni pestañeó. Yo, conmi THDA, habría sido incapaz de quedarme tanto tiempo inmóvil. Me habría vueltoloco. Era muy raro ver a Rachel dorada, además. Parecía <strong>la</strong> estatua de un personajefamoso: una actriz o algo así. Sólo sus ojos tenían su color verde normal.—Quizá si le damos un empujón... —sugirió Annabeth.Me pareció un poco malicioso por su parte, pero Rachel no respondió. Al cabo deunos minutos, un chico pintado de p<strong>la</strong>ta se acercó desde <strong>la</strong> parada de taxis <strong>del</strong> hotel,donde se había tomado un pequeño descanso. Se situó junto a Rachel y adoptópostura de orador, como si estuviera pronunciando un discurso. El<strong>la</strong> se descongeló ysalió de <strong>la</strong> lona.—Ho<strong>la</strong>, Percy —saludó con una sonrisa—. ¡Llegas en el momento justo! Vamos atomar un café.Caminamos hasta un local l<strong>la</strong>mado El Alce de Java, en <strong>la</strong> calle Cuarenta y tresEste. Rachel pidió un expreso extreme, el tipo de brebaje que le gustaría a Grover;Annabeth y yo, zumo de frutas. Fuimos a sentarnos a una mesa situada justo debajo<strong>del</strong> alce disecado. A pesar de su disfraz dorado, nadie miró a Rachel dos veces.—Bueno —dijo—, ¿el<strong>la</strong> es Annabell, verdad?—Annabeth —<strong>la</strong> corrigió <strong>la</strong> interesada—. ¿Siempre vas así?—Normalmente no. Estamos recaudando dinero para nuestro grupo. Trabajamoscomo voluntarios en proyectos de arte para niños, porque están suprimiendo el arteen los colegios, ¿lo sabías? Lo hacemos una vez al mes y llegamos a sacarnosquinientos dó<strong>la</strong>res en un buen fin de semana. Aunque supongo que no has venido ahab<strong>la</strong>r de esto. ¿Tú también eres una mestiza?—¡Chist! —dijo Annabeth, mirando alrededor—. ¿Por qué no lo proc<strong>la</strong>mas a loscuatro vientos?—Vale. —Rachel se puso de pie y dijo en voz alta—. ¡Oigan todos! ¡Estos dos noson humanos! ¡Son semidioses griegos!Nadie se molestó en volverse siquiera. Rachel se encogió de hombros y se sentóotra vez.—No les interesa.—No tiene gracia —protestó Annabeth—. Esto no es un juego, niña mortal.—Parad <strong>la</strong>s dos —intervine—. Un poco de calma.—Yo estoy calmada —aseguró Rachel—. Cada vez que te tengo cerca nos ataca unmonstruo. ¿Por qué iba a ponerme nerviosa?—Mira —dije—, siento lo de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de música. Espero que no te expulsaran ninada parecido.~191~

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