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4-la-batalla-del-laberinto

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Rick RiordanLa batal<strong>la</strong> <strong>del</strong> Laberinto—No, tú tenías razón. Veo el camino. No podría explicarlo, pero está muy c<strong>la</strong>ro. —Señaló el otro extremo de <strong>la</strong> estancia, ahora sumido en <strong>la</strong> oscuridad—. El taller estápor allí. En el corazón <strong>del</strong> <strong>la</strong>berinto. Ya nos encontramos muy cerca. Lo que no sé espor qué tenía que pasar el camino por <strong>la</strong> pista de combate. Eso sí lo <strong>la</strong>mento. Creíaque ibas a morir.Me pareció que estaba al borde de <strong>la</strong>s lágrimas.—Bueno, he estado a punto de morir muchas veces —le aseguré—. No vayas asentirte mal por eso.El<strong>la</strong> me miró fijamente.—¿Así que esto es lo que haces cada verano?, ¿luchar con monstruos y salvar elmundo? ¿Nunca tienes <strong>la</strong> oportunidad de hacer... no sé, ya me entiendes, cosasnormales?Nunca lo había pensado de esa manera. La última vez que había disfrutado dealgo parecido a una vida normal había sido... Bueno, nunca.—Si eres mestizo al final acabas acostumbrándote. O quizá no exactamente... —Meremoví incómodo—. ¿Qué me dices de ti? ¿Qué haces en circunstancias normales?Rachel se encogió de hombros.—Pinto. Leo un montón.Vale, pensé. Por ahora, cero puntos en <strong>la</strong> tab<strong>la</strong> de aficiones comunes.—¿Y tu familia?Noté que se alzaban sus barreras mentales. Era un tema de conversación <strong>del</strong>icado,por lo visto.—Ah... Son, bueno, ya sabes... una familia.—Antes has dicho que si desaparecieras no se darían cuenta.Dejó a un <strong>la</strong>do su palito.—¡Uf! Estoy muy cansada. Me parece que voy a dormir un poco, ¿vale?—C<strong>la</strong>ro. Perdona si...Pero el<strong>la</strong> ya estaba acurrucándose y colocando su mochi<strong>la</strong> a modo de almohada.Cerró los ojos y se quedó inmóvil, aunque me dio <strong>la</strong> impresión de que no estabadormida.Unos minutos más tarde, regresó Annabeth. Echó unos trozos de madera al fuego.Miró a Rachel y luego a mí.—Yo hago <strong>la</strong> primera guardia —dijo—. Tú también deberías dormir.—No hace falta que te comportes así.—¿Cómo?~211~

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