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SUMARIO - Editorial Sal Terrae

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770 JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS, SJHablaré, pues, intuitivamente, vitalmente y sin demasiadas preocupacionespor la seriedad bibliográfica o por el empaque científico. Enfin de cuentas, te gustaba a ti decir antaño que la teología es «un actosegundo». Y nosotros quizá no estamos ya más que para «actos primos».Otros más jóvenes, espero, te pondrán armatoste conceptual, ysabidurías bibliográficas, y notas al pie... y cosas de esas.1. Juan y Bartolomé: dos apóstolesEn plan, pues, de confesión epistolar, desde la abundancia del corazónmás que desde las notas y ficheros, lo que quisiera decir aquí se visibilizaen el hecho de que en uno de tus libros, si no recuerdo mal, recogesun capítulo sobre san Juan de la Cruz y, a continuación, otro sobreBartolomé de Las Casas. Veo en estos dos nombres los dos polosde tu elipse creyente y teológica.De san Juan de la Cruz hablaste con temor a contemplativos y preguntándotequién eras tú, teólogo de la liberación par excellence, parapontificar sobre un santo que parecía tan ajeno a los intereses y a lospaisajes de quienes intentabais teologizar desde El Agostino, o desdeGuachupita, o desde cualquiera de los calvarios del mundo moderno.Sin embargo, recuerdo que ya la primera vez que te oí hablar (en elEscorial, en 1972) sugerías intentar «una lectura política de san Juande la Cruz». Guardé la propuesta, la he recordado a veces y, sin haberledado cumplimiento, verás que, en una o dos ocasiones, he reescritoestrofas del santo en plural: no refiriéndolas a esa intimidad de «Diosy el alma sola», típica de la mística española, sino al género humano oa esos cristos hodiernos que son los pobres de la tierra, como enseñóla Asamblea episcopal de Puebla; y que bien podrían cantar, con tuamigo Guamán Poma: «¿Adónde te escondiste, Amado, y nos dejastecon gemido?»...Creo que tú intuyes de manera muy simple el empalme entre Juande la Cruz y Bartolomé de Las Casas. Del de Fontiveros te quedas consu obsesión por el «sólo Dios» y por todo el despojo y purificación deidolatrías que ese afán supone. La riqueza de Dios no puede alcanzarsesino desde el empobrecimiento propio. Y aquí vienen todas las nadasdel santo, como camino para llegar a tenerlo todo.sal terrae

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