786 MARC VILARASSAU ALSINA, SJEl mandamiento es promesaEl mandamiento no es una «premisa», sino una «promesa». Lo explico.Pongamos, por ejemplo, esta premisa: «si no coméis, no viviréis».En este caso, el comer no es un mandamiento, sino una necesidad, porqueel comer es una premisa del vivir. El mandamiento, en cambio,propone una condición extrínseca al objetivo que se persigue: «Paraque no mueran, deberán lavarse las manos y los pies. Ésta será unaley permanente a lo largo de los siglos para Aarón y sus descendientes»(Ex 30,21). De hecho, «no pasaría nada» si uno no se lavase lasmanos; pero entre el lavarse las manos y el vivir, el mandamiento creaun vínculo nuevo que se justifica por sí mismo, que se entiende, ya nosimplemente como premisa, sino como promesa: lavarse las manos esun gesto gratuito que remite al Señor de la vida. Así, un gesto rutinario,saludable, conveniente... se convierte en una acción de gracias «innecesariapero indispensable». Es precisamente esta condición de exigencia«innecesaria pero indispensable» la que distingue el mandamientoy le confiere su sentido religioso.Jesús denuncia la dureza de corazón que se encuentra en la base denuestra relación con la ley como premisa (Mt 19,8). Nosotros solemosrebajar la ley al mínimo para poder cumplirla como si fuera el máximo.Para Jesús, el mandamiento es siempre un máximo, porque no sebasa en nuestra fidelidad, sino en la fidelidad de Dios. Nosotros siempreestamos «lejos» del mandamiento, y no es el esfuerzo –las obras–lo que nos acerca, sino la gracia. Jesús le devuelve al mandamiento sucondición de máximo: no máximo cumplimiento por parte del hombre,sino máxima fidelidad por parte de Dios. No es el hombre quien seacerca a Dios por el cumplimiento, sino Dios quien se acerca al hombreen el mandamiento.De ahí que el mandamiento, propiamente, no se «cumple», sinoque se «guarda». O, dicho de otro modo, no nos sitúa fuera de la ley elhecho de no cumplirla escrupulosamente –porque eso es imposible parael hombre–, sino el hecho de no guardarla, de no encaminarnos haciaella, de no seguir su estela en humildad (Mi 6,8). Jesús, pues, sealeja por igual del rigorismo como de la laxitud y nos sitúa en unasnuevas coordenadas, no basadas ya en la norma, sino en el amor.sal terrae
«LOS MANDAMIENTOS»787¿Un cristianismo sin mandamiento?No sé si por conveniencia o por desgana, la verdad es que solemos viviruna simplificación ideológica de nuestra fe, una reducción empobrecedorade sus credenciales más genuinas: las que Jesús presentó ensu tiempo y tuvo que defender frente a los zelotas, por la izquierda, yfrente a los fariseos, por la derecha. Unos lo festejaban por su rigorismoético y por las posibilidades que ofrecía su carisma natural a la causade la liberación del pueblo judío. A los otros, por un lado, les sorprendíala autoridad que emanaba de su conocimiento de la Torah y,por otro, les incomodaba la libertad que mostraba frente a las sagradastradiciones heredadas de los antepasados. Tanto los unos como losotros acabaron desengañados.Hoy también basculamos entre el «zelotismo» y el «fariseísmo».Unos reducen el cristianismo a cuatro valores éticos barnizados deevangelio. Otros lo reducen a la defensa a ultranza de sus tradiciones ysus instituciones frente a los embates del enemigo. Los primeros conviertenel cristianismo en una ética más; los segundos, en una identidady una casta. En ambos casos, tenemos un cristianismo sin vinculaciónreligiosa a Dios, un cristianismo sin verdadero culto en espíritu yen verdad, un cristianismo, en definitiva, sin mandamiento.Pero no son éstas las dos únicas vías de simplificación y empobrecimientode la fe cristiana; hay formas nuevas y más sutiles de llegar aun punto parecido. Son los intentos de reducir el cristianismo a un mínimocomún múltiplo que lo haga compatible, por un lado, con la secularizaciónde la sociedad y, por otro, con la pluralidad religiosa. Porun lado, tendríamos el intento de identificar el cristianismo a una éticade mínimos, liberada de los máximos del mandamiento. Por otro, trataríamosde conseguir una espiritualidad químicamente pura, resultadode una destilación perfecta de las mejores esencias espirituales de lasdiferentes tradiciones religiosas, liberadas, eso sí, de los particularismosculturales que las lastran. Los dos intentos, me atrevo a juzgar,empiezan bien, pero acaban mal.¿Una ética sin mandamiento?Hemos visto antes que la tendencia a separar el sentido religioso delmandamiento de su sentido ético es de factura antigua. Se ha dado desal terrae
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