778 JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ FAUS, SJla, la expresión «ser de antes de la guerra» evocaba una calidad muysuperior a la que era habitual experimentar entre nosotros por aquellosdías.Esa calidad querías tú que fuese la de tu amor a la Iglesia. No eseamor interesado, que hemos conocido demasiado en nuestra vidas, dequienes hicieron carrera y se vistieron de púrpura blasonando de amora la Iglesia, a costa de los pobres o de la amistad con los dictadores yhaciendo el papel de los amigos de Job. Sino un amor gratuito, desinteresado,que miraba más a la pureza y la calidad evangélica de laIglesia que al propio brillo y posición en ella.Gratuito y desinteresado, sí. No vale ya ni la pena evocar que la curiaromana no se portó demasiado bien contigo (aunque todo haya terminadomejor de lo que muchos temimos, gracias al cielo). No vale lapena evocarlo, porque parece que ese modo de proceder forma parte dela liturgia romana (tan sobria y atractiva antaño) y porque sé que ahí laculpa no fue sólo de los monseñores vaticanos, sino de todo ese pecadomortal de la denuncia y la acusación anónima y desfigurada, tanpresente en la Iglesia de la contrarreforma como contrario el Evangelio.Pecaminosas denuncias que encuentran mucha más acogida de laque sería lógica, simplemente porque la Curia es un sistema totalitario,y es sabido que la angustia por la información es típica de todos los estadostotalitarios: por ello, la inmensa mayoría de las denuncias quellegan a Roma encuentran una acogida incomprensible. Ya en 1559, elcardenal Caraffa escribía al embajador francés contra esos denunciantes,quejándose de «la malicia de esos beatos, la mayoría de los cualesson ellos mismos herejes, y que llenan de calumnias las orejas y el cerebrode Su Santidad» 4 . En esto no ha progresado demasiado el pueblode Dios. Pero tú supiste seguir el sabio consejo de Fray Hernando deTalavera en el siglo XVI: «que, aunque digan que hemos perdido la fe,que no hemos de perder la paciencia». Gracias.En fin, todo esto importa muy poco ahora, aunque daría para unalarga y despreocupada charla de sobremesa. En ella te contaría la anécdotaque viví hacia el año 1967 en Tübingen, cuando asistí al curso decristología de J. Ratzinger. Recuerdo cómo, un día, explicando las dos4. L. PASTOR, Historia de los papas, IV, 14, p. 247 de la edición española.sal terrae
CARTA A GUSTAVO GUTIÉRREZ779corrientes cristológicas de la primera Iglesia, nos contaba eso tan sabidode que en Alejandría florece una cristología más «desde arriba»,más atenta a la divinidad de Jesús, con peligros para la verdadera afirmaciónde su humanidad; mientras en Antioquía se cultiva una cristologíamás «desde abajo», más atenta a la humanidad de Jesús, con peligrode olvidar su divinidad. Bueno: son éstas cosas muy conocidas.Si las comento ahora, es porque, al llegar aquí, Ratzinger se detenía ypreguntaba mirando a los alumnos: «¿Y en Roma?». Y el mismo respondía,con una gota de malicia inocente: «En Roma, ya lo saben ustedes,no se hace buena teología». Con la consiguiente ovación de todael aula...He recordado muchas veces esa anécdota cuando luego fui testigode tus calvarios y los de otros muchos. Y conociendo hoy mucho mejorque entonces la historia de la teología, he llegado a la conclusión deque lo malo no es hacer una teología deficiente, porque cualquier teologíasiempre tendrá, amén de sus límites, sus aspectos positivos, quepueden ser útiles en según qué momento. Lo malo, y lo que sigue caracterizandoa buena parte de la Roma actual, es creer que aquella teologíaes la única posible. Y que, por tanto, todas las demás merecen sercondenadas en nombre de la fe, cuando en realidad son condenadas ennombre de la pereza teológica. Ya Pascal vería aquí la raíz de todas lasherejías: no en que no digan algo de verdad, sino en la falsa dosis y lapretensión de exclusividad con que la afirman.No sé si debo contar esto que sigue, pero considero que seguimosen nuestra sobremesa reservada y tranquila. Un teólogo latinoamericanoque ha tenido también problemas con Roma me contó que, enuna visita que hizo allí para otras cosas de su orden, su P. General lepidió que tuviera (y le facilitó) una entrevista con un monseñor de lacitada congregación, el cual fue muy amable de trato con él, pero lepreguntó varias veces: «Pero, Padre, ¿por qué se meten ustedes a hacercristología? ¡Si en la cristología ya está todo dicho! Basta repetiry explicar los dogmas conciliares, y no hay nada más que decir. Ustedesquieren ir por otros caminos inexistentes, y por eso tienen problemas».Nunca sabremos ni tú ni yo en qué mundo vivía ese buen señory a qué gentes predicaba la fe (si es que la predicaba, que es lo que cabedudar). Pero, en mi opinión, es uno de los mejores ejemplos queconozco de esa nefasta confusión entre la pereza teológica y la fidelidada la fe.sal terrae
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