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Manuel Sánchez Mármol - Universidad Juárez Autónoma de Tabasco

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<strong>Manuel</strong> <strong>Sánchez</strong> <strong>Mármol</strong><br />

hombros, sobre los que <strong>de</strong>scansan una especie <strong>de</strong> capa cuadrada<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>licada blancura, cuyas extremida<strong>de</strong>s superiores recoge por<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l pecho un anillo <strong>de</strong> oro, mientras que la parte inferior<br />

baja hasta sus corvas; sus brazos, <strong>de</strong> una musculatura atlética,<br />

están completamente <strong>de</strong>snudos; el resto <strong>de</strong> su cuerpo sólo se ve<br />

cubierto <strong>de</strong> la cintura a la parte media <strong>de</strong> los muslos por una<br />

faja <strong>de</strong>l mismo color <strong>de</strong> la capa, y cuyos extremos unidos por<br />

<strong>de</strong>lante caen hasta sus rodillas. Una argolla <strong>de</strong> oro que cuelga<br />

<strong>de</strong> la ternilla <strong>de</strong> su nariz, una cabeza <strong>de</strong> león, que lleva dibujada<br />

en el pecho, y una hacha perdida entre los pliegues <strong>de</strong> la faja<br />

y que hace más grave y más imponente su aspecto, completan<br />

el extraño ropaje <strong>de</strong> nuestro hombre, que a llevar cubierto sus<br />

anchos lomos con una piel <strong>de</strong> león, no hay duda le habríamos<br />

tomado por el Alci<strong>de</strong>s americano; pero tal cual se nos presenta,<br />

lo reconocemos por un indio yucateco <strong>de</strong> la clase noble.<br />

Hemos llegado con él a los dinteles <strong>de</strong> Sotuta; no le<br />

abandonemos tan pronto porque vamos a <strong>de</strong>berle la clave <strong>de</strong><br />

los hechos que tratamos <strong>de</strong> referir. La corte <strong>de</strong> los Cocomes<br />

duerme en el más profundo silencio; pero sea por cautela o<br />

por algún otro secreto motivo, nuestro personaje ha excusado<br />

la senda que conduce al centro, y va dando un ro<strong>de</strong>o por las<br />

faldas <strong>de</strong> la población. Sigámosle. Nos hallamos frente a una<br />

plazuela semicircular, en cuyo cuadrangular, <strong>de</strong> uno y otro lado<br />

esta colina álzanse dos gigantescos ceibos, cuyas frondosas<br />

copas, heridas por los lucientes rieles <strong>de</strong> la luna, proyectan<br />

sus espaciosas sombras sobre el suelo cubierto <strong>de</strong> menuda<br />

yerba. El indio se <strong>de</strong>tiene, fija con avi<strong>de</strong>z sus ojos en el árbol<br />

<strong>de</strong>l lado izquierdo, <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong> cuya sombra se <strong>de</strong>staca un<br />

objeto blanco; al <strong>de</strong>scubrirlo, una alegría in<strong>de</strong>finible anima su<br />

semblante, dilátanse sus facciones, lleva una mano al corazón,<br />

y con voz conmovida exclama:<br />

–¡Cuánto me ama, y cuánto la amo yo! En seguida toma<br />

con silencioso paso la dirección en que se halla el objeto blanco<br />

y cuando ha llegado a don<strong>de</strong> él está, cruza sus brazos, una<br />

sonrisa <strong>de</strong> tierna satisfacción entreabre sus labios. –Duerme<br />

–murmura; y absorto, extático, embebecido le contempla. Es<br />

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