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En las fuentes de la alegria con S.Francisco de Sales - FUNDACIÓN ...

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total resignación y <strong>con</strong>formidad <strong>con</strong> <strong>la</strong> manera como me guía <strong>la</strong> santísima Provi<strong>de</strong>ncia, sólo dije en mi<br />

interior: Sí, Padre celestial, pues así lo habéis querido. Y esta mañana, al <strong>de</strong>spertar, he tenido una<br />

impresión tan intensa <strong>de</strong> vivir entera y puramente según el espíritu <strong>de</strong> fe, que,a pesar mío, yo quiero lo<br />

que Dios quiera, y quiero lo que sea para su mayor servicio, sin reserva ni <strong>de</strong> <strong>con</strong>suelos sensibles ni<br />

espirituales. Y pido a Dios que no permita jamás que cambie <strong>de</strong> propósito».Conso<strong>la</strong>ba también, <strong>con</strong><br />

afectuosa <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, a sus amigos afligidos por <strong>la</strong> enfermedad:<br />

«Veo a vuestra esposa, a <strong>la</strong> que quiero muy cordialmente, en <strong>la</strong> cruz, entre los c<strong>la</strong>vos y <strong><strong>la</strong>s</strong> espinas <strong>de</strong><br />

muchas tribu<strong>la</strong>ciones que <strong>la</strong> hacen sufrir, lo mismo que a vos. ¿Qué puedo <strong>de</strong>ciros ante esto, mi querido<br />

hermano? Preguntad a menudo al corazón <strong>de</strong> nuestro Señor <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> proce<strong>de</strong> esta aflicción, y Él os hará<br />

saber que tiene su origen en el amor divino. Es bueno que pensemos en <strong>la</strong> justicia que nos castiga, pero es<br />

mucho mejor ben<strong>de</strong>cir <strong>la</strong> misericordia que nos pone a prueba».<br />

Y le explicaba a una enferma que ofrecer el sufrimiento es algo preferible a <strong>la</strong> oración:<br />

«<strong>En</strong> cuanto a <strong>la</strong> meditación, tienen razón los médicos al <strong>de</strong>cir que mientras estéis enferma, <strong>de</strong>béis <strong>de</strong>jar<strong>la</strong>.<br />

<strong>En</strong> su lugar, incrementad el uso <strong>de</strong> <strong><strong>la</strong>s</strong> jacu<strong>la</strong>torias y ofreced vuestro sufrimiento a Dios, aceptando<br />

enteramente su voluntad, pues, aunque os impi<strong>de</strong> <strong>la</strong> meditación, eso no os separa en absoluto <strong>de</strong> Él, sino<br />

que os une más, mediante el ejercicio <strong>de</strong> una santa y serena resignación. Con tal <strong>de</strong> estar <strong>con</strong> Dios, ¿qué<br />

más da que sea <strong>de</strong> una manera o <strong>de</strong> otra? Puesto que realmente sólo le buscamos a Él, y no lo en<strong>con</strong>tramos<br />

menos en <strong>la</strong> mortificación que en <strong>la</strong> oración -sobre todo cuando nos envía <strong>la</strong> enfermedad-, nos <strong>de</strong>ben<br />

parecer tan buenas tanto <strong>la</strong> una como <strong>la</strong> otra. A<strong>de</strong>más, <strong><strong>la</strong>s</strong> jacu<strong>la</strong>torias, ímpetus <strong>de</strong> nuestro espíritu, son<br />

verda<strong>de</strong>ras y <strong>con</strong>tinuas oraciones; y el ofrecimiento <strong>de</strong> nuestros males es el más digno que po<strong>de</strong>mos hacer<br />

a Aquél que nos salvó sufriendo»<br />

Con una ternura profundamente humana enjugaba <strong><strong>la</strong>s</strong> lágrimas <strong>de</strong> quienes habían perdido un ser querido,<br />

mientras que les animaba dulcemente a que aceptasen sobrenaturalmente el sacrificio:<br />

«Tomad, hija mía, <strong><strong>la</strong>s</strong> vendas y el sudario <strong>con</strong> que fue envuelto nuestro Señor en el sepulcro y enjugad<br />

<strong>con</strong> ellos vuestras lágrimas. Ciertamente, yo también lloro en esas ocasiones, y mi corazón, <strong>de</strong> piedra para<br />

<strong><strong>la</strong>s</strong> cosas celestiales, <strong>de</strong>rrama lágrimas por estos motivos; pero, ¡bendito sea Dios!, lo hago siempre<br />

cal<strong>la</strong>damente y, por hab<strong>la</strong>ros como a una hija querida, <strong>con</strong> un sentimiento <strong>de</strong> amorosa dilección hacia <strong>la</strong><br />

Provi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> Dios; pues <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nuestro Señor aceptó <strong>la</strong> muerte y nos <strong>la</strong> dio como objeto <strong>de</strong> nuestro<br />

amor, ya no puedo <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> querer <strong>la</strong> muerte <strong>de</strong> mis hermanas, ni <strong>la</strong> <strong>de</strong> nadie, <strong>con</strong> tal que mueran en el<br />

amor <strong>de</strong> esa muerte sagrada <strong>de</strong> mi Salvador» .<br />

Recomendaba, sobre todo, que, <strong>con</strong> el amor, diéramos valor a nuestras pruebas:«Es preciso que nuestras<br />

penas, nuestros trabajos, nuestras tristezas y todas nuestras aflicciones adquieran mérito mediante <strong>la</strong> santa<br />

dilección. Son buenos materiales para hacer avanzar a un alma en el servicio <strong>de</strong> su divina<br />

Majestad».Pue<strong>de</strong> que, bajo el golpe que nos hiere, no sintamos el amor que nos lo hace soportar <strong>con</strong><br />

valor. No importa, siempre que permanezcamos totalmente abandonados al divino beneplácito - lo que es<br />

señal <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ro amor-, y que <strong>la</strong> experiencia <strong>de</strong>l sufrimiento nos permita compren<strong>de</strong>r y acoger <strong>con</strong><br />

corazón compasivo a quienes atraviesan por esos duros caminos. Eso es lo que explicaba a una religiosa:<br />

«¿Qué nos pue<strong>de</strong> importar que sintamos o no el amor? <strong>En</strong> realidad no estamos más seguros <strong>de</strong> tenerlo<br />

cuando lo sentimos que cuando no, sino que <strong>la</strong> mayor seguridad está en el total, puro e irrevocable<br />

abandono <strong>de</strong> nosotros mismos en los brazos <strong>de</strong> su divina Majestad, tanto en el <strong>con</strong>suelo como en <strong>la</strong><br />

<strong>de</strong>so<strong>la</strong>ción, para que, <strong>con</strong> un corazón abatido, humil<strong>la</strong>do y muerto, reciba el aroma agradable <strong>de</strong> un santo<br />

holocausto y para que nuestras Hermanas atormentadas encuentren en nosotros un corazón compasivo y<br />

un apoyo dulce y amoroso».Por su parte, su más ardiente <strong>de</strong>seo era el <strong>de</strong> valorar por encima <strong>de</strong> todo el<br />

amor <strong>de</strong> Cristo crucificado; lo <strong>de</strong>más, apenas si <strong>con</strong>taba a sus ojos.«No puedo <strong>de</strong>cir otra cosa <strong>de</strong> mi alma,<br />

sino que siente cada vez más el <strong>de</strong>seo ar<strong>de</strong>ntísimo <strong>de</strong> no querer sino el amor <strong>de</strong> nuestro Señor crucificado,<br />

y que yo me siento tan invencible a los a<strong>con</strong>tecimientos <strong>de</strong>l mundo, que apenas me afectan».<br />

Y es que no quería otra cosa que <strong>la</strong> voluntad <strong>de</strong> Dios:<br />

«No sé más que una canción. Se trata, sin duda, querida hermana, <strong>de</strong>l Cántico <strong>de</strong>l Cor<strong>de</strong>ro, que, aunque<br />

un poco triste, es armonioso y bello: Padre mío, que se haga, no lo que yo quiero, sino lo que Vos<br />

queréis»."<br />

¿Un poco triste? Tal vez sí, según <strong>la</strong> naturaleza; pero, fuente <strong>de</strong> alegría para los que se han en<strong>con</strong>trado y<br />

amado en esta peregrinación terrena, ayudándose unos a otros a vivir según el querer divino. «Pidamos<br />

mucho al Señor que nos dé <strong>la</strong> gracia <strong>de</strong> vivir <strong>de</strong> tal modo según su beneplácito durante esta peregrinación,<br />

que al llegar a <strong>la</strong> patria celestial, podamos alegrarnos <strong>de</strong> habernos <strong>con</strong>ocido aquí abajo y <strong>de</strong> haber<br />

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