En las fuentes de la alegria con S.Francisco de Sales - FUNDACIÓN ...
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<strong>Francisco</strong> <strong>de</strong> <strong>Sales</strong> no se cansa <strong>de</strong> recordarnos nuestra <strong>de</strong>bilidad incurable y <strong>de</strong> exaltar <strong>la</strong> bondad <strong>de</strong> Dios,<br />
que se digna aceptar nuestros pobres esfuerzos. «Hay que <strong>con</strong>fesar <strong>la</strong> verdad: somos pobres gentes que no<br />
po<strong>de</strong>mos hacer nada bien. Pero Dios, infinitamente bueno, se <strong>con</strong>tenta <strong>con</strong> nuestros pequeños servicios y<br />
se comp<strong>la</strong>ce en que preparemos nuestro corazón».<br />
¿Y en qué <strong>con</strong>siste <strong>la</strong> «preparación <strong>de</strong> nuestro corazón»? Nos lo explica el obispo: «Cuando nuestro<br />
corazón, en su meditación piensa en lo que <strong>de</strong>be dar a Dios, es <strong>de</strong>cir, cuando hace sus proyectos <strong>de</strong> servir<br />
a Dios y honrarle, <strong>de</strong> servir al prójimo, <strong>de</strong> mortificar sus sentidos interiores y exteriores y <strong>de</strong>más<br />
propósitos, entonces hace maravil<strong><strong>la</strong>s</strong>. Se prepara y dispone para que sus actos tengan un grado <strong>de</strong><br />
perfección admirable. Sin embargo, toda esa preparación es nada en comparación <strong>con</strong> <strong>la</strong> gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong><br />
Dios, que es infinitamente más gran<strong>de</strong> que nuestro corazón».''<br />
Pero qué lejos <strong>de</strong> su puesta en práctica quedan los <strong>de</strong>seos que suscitan en nuestro corazón esas<br />
maravillosas «preparaciones».<br />
«Un alma que <strong>con</strong>si<strong>de</strong>ra <strong>la</strong> gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> Dios, su inmensa bondad y dignidad, no pue<strong>de</strong> <strong>con</strong>formarse <strong>con</strong><br />
una gran preparación, por maravillosa que sea. Tiene que ofrecerle también una carne mortificada y sin<br />
rebeliones, una atención a <strong>la</strong> oración exenta <strong>de</strong> distracciones, una dulzura <strong>de</strong> trato sin amargura, una<br />
humildad sin ningún arranque <strong>de</strong> vanidad. Todo esto está muy bien; es una magnífica preparación; pero,<br />
aún falta algo para cumplir nuestro <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> servir a Dios. Después hay que ver si se cumple lo p<strong>la</strong>neado;<br />
porque en <strong>la</strong> práctica nos quedamos cortos y vemos que todas esas perfecciones no pue<strong>de</strong>n ser en<br />
nosotros ni tan gran<strong>de</strong>s ni tan absolutas. Po<strong>de</strong>mos mortificar <strong>la</strong> carne, pero no tan perfectamente que se<br />
sofoque toda rebelión; nuestra oración tendrá distracciones, y así irá ocurriendo en todo lo <strong>de</strong>más».¿Debemos<br />
«inquietarnos, turbarnos, agitarnos, afligirnos» por esta radical impotencia nuestra para<br />
servir a Dios perfectamente? Sería un error «querer ser ángeles», puesto que <strong>la</strong> perfección a realizar <strong>de</strong>be<br />
ser propiamente humana, que nunca se logra sin tropiezos y sin sacar provecho <strong>de</strong> nuestros propios fallos,<br />
para que nos ayu<strong>de</strong>n a santificarnos.<br />
«Voy a <strong>de</strong>ciros una cosa y <strong>la</strong> <strong>de</strong>béis retener bien: muchas veces nos entretenemos en ser ángeles buenos,<br />
y, mientras tanto, <strong>de</strong>jamos <strong>de</strong> ser buenos hombres y buenas mujeres. Nuestras imperfecciones nos<br />
acompañarán hasta el sepulcro. No nos es posible caminar sin pisar tierra; no hay que echarse en el<strong>la</strong> ni<br />
revolcarse, pero tampoco <strong>de</strong>bemos soñar <strong>con</strong> vo<strong>la</strong>r porque todavía somos pollitos que aún no tienen a<strong><strong>la</strong>s</strong>.<br />
Vamos muriendo poco a poco, y lo mismo <strong>de</strong>ben ir muriendo nuestras imperfecciones <strong>de</strong> día en, día».<br />
Y, arrebatado por un soplo <strong>de</strong> lirismo, ensalza <strong><strong>la</strong>s</strong> riquezas que nuestras imperfecciones encierran:<br />
«¡Queridas imperfecciones -exc<strong>la</strong>ma-, que nos hacen re<strong>con</strong>ocer nuestra miseria, nos ejercitan en <strong>la</strong><br />
humildad, en el <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong> nosotros mismos, en <strong>la</strong> paciencia y diligencia y que no son impedimento<br />
para que Dios tenga en cuenta esa perfecta preparación <strong>de</strong> nuestro corazón! ».Por tanto, <strong>de</strong>bemos<br />
aborrecer<strong><strong>la</strong>s</strong> y amar<strong><strong>la</strong>s</strong> a <strong>la</strong> vez.«Aborreced vuestras imperfecciones porque son imperfecciones, pero<br />
amad<strong><strong>la</strong>s</strong> porque os hacen ver vuestra nada y vuestra insignificancia y porque son objeto para el ejercicio y<br />
<strong>la</strong> perfección <strong>de</strong> <strong>la</strong> virtud y merecer <strong>la</strong> misericordia <strong>de</strong> Dios».<br />
Más exactamente, no amemos nuestras imperfecciones, sino <strong>la</strong> humildad que nos proporcionan.<br />
«No hay que amar <strong><strong>la</strong>s</strong> imperfecciones, pero sí <strong>la</strong> humildad que nos proporcionan. No <strong>de</strong>bemos <strong>de</strong>jarnos<br />
turbar y agobiar por nuestras miserias, sino tratar <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> el<strong><strong>la</strong>s</strong> <strong>con</strong> paz. Dichoso <strong>de</strong>sprecio que mis<br />
imperfecciones y <strong>de</strong>fectos me aportan, yo os amo; <strong>de</strong>testo el mal, pero me gozo <strong>de</strong> <strong>la</strong> vergüenza que me<br />
causa. <strong>En</strong> esta vida <strong>de</strong>bemos cargar <strong>con</strong> nosotros mismos, y hacerlo tranqui<strong>la</strong>mente. Pero, ¿qué es lo que<br />
soportamos cuando nos soportamos a nosotros mismos? Algo que nada vale, lo cual no <strong>de</strong>be<br />
asombrarnos».Esto tampoco <strong>de</strong>be <strong>de</strong>sanimarnos, ni hacernos dudar <strong>de</strong>l amor que Dios nos tiene.<br />
«Nuestras imperfecciones no <strong>de</strong>ben agradarnos; hemos <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir <strong>con</strong> el Apóstol: "¡Oh, miserable <strong>de</strong> mí!,<br />
¿quién me librará <strong>de</strong> este cuerpo <strong>de</strong> muerte?" No <strong>de</strong>ben tampoco asombrarnos ni quitarnos el ánimo. De<br />
el<strong><strong>la</strong>s</strong> <strong>de</strong>bemos sacar sumisión, humildad y <strong>de</strong>s<strong>con</strong>fianza en nosotros mismos; pero no <strong>de</strong>sánimo ni<br />
aflicción <strong>de</strong>l corazón, ni mucho menos <strong>de</strong>s<strong>con</strong>fianza <strong>de</strong>l amor <strong>de</strong> Dios hacia nosotros; porque Dios no<br />
ama nuestras imperfecciones y pecados veniales, pero nos ama a nosotros a pesar <strong>de</strong> ellos. Tampoco <strong>la</strong><br />
madre ama <strong>la</strong> <strong>de</strong>bilidad y <strong><strong>la</strong>s</strong> enfermeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su hijo, pero no sólo no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> amar al niño por eso, sino<br />
que lo ama más tiernamente y <strong>con</strong> compasión; y así Dios no ama nuestras imperfecciones y pecados<br />
veniales, pero no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> amarnos tiernamente. David estaba en lo cierto cuando le <strong>de</strong>cía al Señor: `ten<br />
misericordia, Señor, porque soy débil».<br />
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