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En las fuentes de la alegria con S.Francisco de Sales - FUNDACIÓN ...

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<strong>En</strong> el obispado <strong>de</strong> Annecy<br />

Acerquémonos al obispo <strong>de</strong> Ginebra. No vacilemos en entrar a su obispado <strong>de</strong> «Nécy, su querido Nécy».<br />

La puerta estaba siempre abierta para todos los que vinieran a l<strong>la</strong>mar. Los criados habían recibido ór<strong>de</strong>nes<br />

«<strong>de</strong> no <strong>de</strong>spedir a nadie que le quisiera hab<strong>la</strong>r. Y si por una urgente necesidad hubiera que <strong>de</strong>spedirlos,<br />

les exigía que lo hicieran <strong>con</strong> tanta afabilidad que los visitantes no temieran volver».<br />

¡Con qué elegancia recibía a <strong><strong>la</strong>s</strong> personas distinguidas! «Así como no hay nadie que se preocupe menos<br />

<strong>de</strong> los honores que yo, <strong>de</strong>cía, tampoco hay nadie que quiera tributar tantos a los <strong>de</strong>más como yo». Una<br />

vez prodigó gran<strong>de</strong>s atenciones al criado <strong>de</strong> un caballero, y, como se lo hicieran notar, replicó: «Yo no<br />

entiendo <strong>de</strong> estas cosas <strong>de</strong>l mundo, sólo me fijo en que todos tienen el sello <strong>de</strong>l cristiano».<br />

De hecho no era so<strong>la</strong>mente a <strong><strong>la</strong>s</strong> personas <strong>de</strong> calidad a <strong><strong>la</strong>s</strong> que acogía así, sino a cuantos se le<br />

aproximaban; y eran muchos los que le <strong>con</strong>fiaban sus penas, porque sabían que «todo el que se dirigía a<br />

él, volvía <strong>con</strong>so<strong>la</strong>do».<br />

Los <strong>de</strong> su casa lo ponían en guardia <strong>con</strong>tra «<strong><strong>la</strong>s</strong> rusticida<strong>de</strong>s y simplezas» <strong>de</strong> esos visitantes humil<strong>de</strong>s, a lo<br />

que él respondía: «¿Y nosotros, qué somos?». Le insistían: «Hacéis mal en sufrir esas molestias». Y él<br />

<strong>de</strong>cía: «Pero, ¿qué queréis que haga? Hay que dar <strong>con</strong>suelo a quienes vienen a buscarlo».<br />

<strong>En</strong> una ocasión se excusó ante una noble señora <strong>de</strong> haberle hecho esperar por «escuchar durante todo el<br />

tiempo que el<strong>la</strong> lo <strong>de</strong>seó» a una pobre mujer que acababa <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r a sus hijos y <strong>de</strong>sahogaba su pena <strong>con</strong><br />

él. «Amo mucho a estos pobres al<strong>de</strong>anos, <strong>con</strong>fesaba, ¡son almas tan buenas, tan sencil<strong><strong>la</strong>s</strong>, tan llenas <strong>de</strong><br />

temor <strong>de</strong> Dios!».<br />

¡Con qué dulzura abría sus brazos a los más gran<strong>de</strong>s pecadores! Sus amigos se escandalizaban por ello.<br />

Uno llegó a <strong>de</strong>cirle: «Sin duda que <strong>Francisco</strong> <strong>de</strong> <strong>Sales</strong> irá al paraíso; pero el obispo <strong>de</strong> Ginebra, no lo sé;<br />

temo que su dulzura le juegue una ma<strong>la</strong> pasada». «¡Ah!, respondió él, más vale tener que dar cuentas por<br />

<strong>de</strong>masiada dulzura que por <strong>de</strong>masiada severidad. ¿Es que Dios no es todo amor? Dios Padre es el Padre<br />

<strong>de</strong> <strong><strong>la</strong>s</strong> misericordias; Dios Hijo toma el nombre <strong>de</strong> Cor<strong>de</strong>ro; Dios Espíritu Santo se nos muestra bajo <strong>la</strong><br />

forma <strong>de</strong> una paloma, que es <strong>la</strong> dulzura misma. Si hubiera algo mejor que <strong>la</strong> mansedumbre, Jesucristo nos<br />

lo habría dicho, y sin embargo no nos dijo que aprendiéramos <strong>de</strong> Él más que dos lecciones: <strong>la</strong><br />

mansedumbre y <strong>la</strong> humildad <strong>de</strong> corazón. ¿Queréis impedirme apren<strong>de</strong>r <strong>la</strong> lección que Dios me ha dado?<br />

¿Sois más sabio que Dios?».<br />

Le objetaban: «Son apóstatas, hombres perdidos, indignos <strong>de</strong> vuestro cariño». «¡Ay!, respondía, ¡sólo<br />

Dios y yo amamos a esos pobres pecadores! ¿Me queréis hacer olvidar que son ovejas mías, queréis que<br />

niegue mi compasión a aquellos por quienes Jesucristo ha dado toda su sangre? ¿Y <strong>con</strong> quién ejerceré yo<br />

<strong>la</strong> misericordia si no es <strong>con</strong> los pecadores...? Quien ame el rigor, que se aleje <strong>de</strong> mí, porque yo no quiero<br />

tenerlo»<br />

Jamás se apartaba <strong>de</strong> esta dulzura tan admirable; ni siquiera cuando se presentaba ante él alguien<br />

arrebatado <strong>de</strong> cólera. Como aquel caballero que, <strong>con</strong>si<strong>de</strong>rándose ofendido por el obispo, entró en el patio<br />

<strong>de</strong>l obispado llevando a sus perros, que <strong>la</strong>draban sin cesar, «tocó el cuerno en son <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio y bur<strong>la</strong>» y<br />

luego subió a en<strong>con</strong>trarse <strong>con</strong> él y le injurió, llegando hasta poner <strong>la</strong> mano en <strong>la</strong> empuñadura <strong>de</strong> su<br />

espada. O ese otro comendador <strong>de</strong> Malta, que, <strong>con</strong>trariado por el fracaso <strong>de</strong> un candidato al que él<br />

patrocinaba en un <strong>con</strong>curso, se presentó ante el obispo sin quitarse el sombrero, le <strong>la</strong>nzó a <strong>la</strong> cara <strong><strong>la</strong>s</strong><br />

injurias más groseras y salió bruscamente. A los indignados testigos <strong>de</strong> esta escena, el Santo les dijo so<strong>la</strong>mente:<br />

«Tengo que agra<strong>de</strong>cerle que me haya evitado el trabajo <strong>de</strong> oponer mis razones a su indignación».<br />

Analizando <strong>la</strong> dulzura <strong>de</strong> san <strong>Francisco</strong> <strong>de</strong> <strong>Sales</strong>, <strong>de</strong>scubrimos un maravilloso <strong>con</strong>junto <strong>de</strong> esas pequeñas<br />

virtu<strong>de</strong>s, mo<strong>de</strong>stas y es<strong>con</strong>didas, que crecen al pie <strong>de</strong> <strong>la</strong> Cruz, como él <strong>de</strong>cía, y que estimaba tanto: <strong>la</strong><br />

humildad, <strong>la</strong> paciencia, <strong>la</strong> cortesía respetuosa, <strong>la</strong> estima sincera <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, ligadas todas entre sí por el<br />

amor sobrenatural que tenía a <strong><strong>la</strong>s</strong> almas y le mantenía siempre al servicio <strong>de</strong>l prójimo, <strong>con</strong> una perfecta<br />

abnegación.<br />

Incluso al servicio <strong>de</strong> sus criados... Dijo un día a uno <strong>de</strong> ellos que, sorprendido por <strong>la</strong> llegada <strong>de</strong> su amo,<br />

había echado lejos pluma, tintero y papel:<br />

-«Amigo mío, al entrar vi que estabais escribiendo. ¿Qué escribíais? ¿No soy lo suficiente amigo vuestro<br />

como para que me hagáis una <strong>con</strong>fi<strong>de</strong>ncia?».<br />

El pobre muchacho, todo <strong>con</strong>fuso, tendió el papel al obispo, que lo leyó y dijo:<br />

-«No entendéis nada <strong>de</strong> estas cosas».<br />

Luego se sentó y se puso a escribir. Cuando hubo terminado, le <strong>de</strong>volvió el papel al criado, diciéndole:<br />

-«Tened, copiadlo, firmad y enviadlo y veréis lo bien que sale todo».<br />

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