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En las fuentes de la alegria con S.Francisco de Sales - FUNDACIÓN ...

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«Hay que mirar al prójimo en Dios; ...<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> implorar el amor <strong>de</strong> Dios, siempre hay que pedir el <strong>de</strong>l<br />

prójimo, especialmente el <strong>de</strong> aquellos hacia los que nuestra voluntad no siente ninguna inclinación».<br />

¿Cuándo llegará el día en que nos sintamos empapados <strong>de</strong> dulzura y suavidad hacia nuestros prójimos?<br />

¿Cuándo veremos <strong><strong>la</strong>s</strong> almas <strong>de</strong> nuestro prójimo en el sagrado pecho <strong>de</strong>l Salvador? ¡Ay! Quien mire a su<br />

prójimo fuera <strong>de</strong> ese pecho divino, corre el peligro <strong>de</strong> no amarle ni pura ni <strong>con</strong>stante ni igualmente. Pero<br />

ahí, en ese lugar, ¿quién no le amará?, ¿quien no lo soportará?, ¿quién no sobrellevará sus<br />

imperfecciones?, ¿quién lo <strong>con</strong>si<strong>de</strong>rará fastidioso?».<br />

«Sobre todo -insiste- es preciso tener un corazón bueno, dulce y cariñoso hacia el prójimo, especialmente<br />

cuando nos parece pesado y <strong>de</strong>sagradable, ya que entonces no tenemos otra razón para amarlo sino el<br />

respeto al Salvador, lo que, sin duda, hace al amor más excelente y más digno, puesto que es más puro y<br />

más libre <strong>de</strong> <strong>con</strong>dicionamientos efímeros».<br />

Esta visión sobrenatural nos <strong>la</strong> recuerda san <strong>Francisco</strong> <strong>de</strong> <strong>Sales</strong> siempre que nos exhorta a ser dulces <strong>con</strong><br />

el prójimo y a soportarle <strong>con</strong> amor fraternal.<br />

«Trabajad por adquirir <strong>la</strong> suavidad <strong>de</strong> corazón para <strong>con</strong> el prójimo, <strong>con</strong>si<strong>de</strong>rándolo como obra <strong>de</strong> Dios, y<br />

que un día, si le p<strong>la</strong>ce a <strong>la</strong> bondad celestial, gozará también <strong>de</strong>l paraíso que nos está preparado. Y si el<br />

Señor lo soporta, <strong>de</strong>bemos soportarlo también nosotros <strong>con</strong> cariño y <strong>con</strong> gran compasión <strong>de</strong> sus f<strong>la</strong>quezas<br />

espirituales».<br />

Impulsados por estos motivos <strong>de</strong> fe, combatiremos fielmente nuestras impaciencias, reprimiremos<br />

nuestros brotes <strong>de</strong> cólera, dominaremos <strong><strong>la</strong>s</strong> aversiones y repugnancias mediante <strong>la</strong> practica <strong>de</strong> <strong>la</strong> dulzura.<br />

«Combatid fielmente vuestras impaciencias, ejercitando, <strong>con</strong> ocasión o sin el<strong>la</strong>, <strong>la</strong> mansedumbre y <strong>la</strong><br />

dulzura <strong>con</strong> aquellos que os son más molestos, y Dios ben<strong>de</strong>cirá vuestro propósito».<br />

«Tratad <strong>con</strong> extrema dulzura y caridad al prójimo y a <strong><strong>la</strong>s</strong> Hermanas, sobre todo a aquél<strong><strong>la</strong>s</strong> que, por sus<br />

imperfecciones <strong>de</strong> carácter, falta <strong>de</strong> gracias naturales o mal comportamiento os ocasionan alguna aversión<br />

o disgusto».<br />

«Sed buena <strong>con</strong> el prójimo y, a pesar <strong>de</strong> <strong><strong>la</strong>s</strong> rebeldías y los brotes <strong>de</strong> ira, pronunciad a menudo estas<br />

divinas pa<strong>la</strong>bras <strong>de</strong>l Salvador: Yo amo, Señor, Padre Eterno, a estos prójimos, porque Vos los amáis, me<br />

los habéis dado por hermanos y hermanas y <strong>de</strong>seáis que los ame como Vos los amáis. Sobre todo amad a<br />

esas queridas Hermanas <strong>con</strong> <strong><strong>la</strong>s</strong> cuales <strong>la</strong> mano <strong>de</strong> <strong>la</strong> divina Provi<strong>de</strong>ncia os ha asociado y ligado <strong>con</strong> un<br />

vínculo celestial. Soportad<strong><strong>la</strong>s</strong>, quered<strong><strong>la</strong>s</strong> y llevad<strong><strong>la</strong>s</strong> <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> vuestro corazón».<br />

«No dudo que sintáis aversiones y repugnancias en vuestro espíritu; pero, mi queridísima hija, ésas son<br />

otras tantas ocasiones para ejercitar <strong>la</strong> verda<strong>de</strong>ra virtud <strong>de</strong> <strong>la</strong> dulzura; porque hay que cumplir bien, santa<br />

y amorosamente nuestros <strong>de</strong>beres para <strong>con</strong> el prójimo, aunque sea <strong>con</strong> disgusto».<br />

No <strong>de</strong>jemos nunca entrar en nuestro corazón sentimientos <strong>de</strong> odio, y seamos lo suficientemente dueños <strong>de</strong><br />

nosotros mismos parar retener <strong>la</strong> lengua y no permitirnos quejas y <strong>la</strong>mentos sin fin respecto a quienes nos<br />

han censurado.<br />

«Sobre todo, hay que combatir el odio y los disgustos <strong>con</strong> el prójimo y abstenerse <strong>de</strong> una imperfección<br />

pequeña, pero muy dañina, <strong>de</strong> <strong>la</strong> cual poca gente se abstiene. Y es que, cuando censuramos al prójimo o<br />

nos quejamos <strong>de</strong> él (cosa que no <strong>de</strong>biera suce<strong>de</strong>rnos sino muy raramente), no terminamos nunca, sino que<br />

volvemos a empezar una y otra vez y repetimos nuestras quejas y <strong>la</strong>mentos sin cesar, lo cual es signo <strong>de</strong><br />

un corazón rencoroso que todavía no tiene <strong>la</strong> verda<strong>de</strong>ra salud. Los corazones fuertes y gran<strong>de</strong>s no se quejan<br />

sino por graves motivos y, ni siquiera por ellos guardan resentimiento o, al menos, no lo hacen <strong>con</strong><br />

turbación ni agitación» .<br />

Cui<strong>de</strong>mos <strong>de</strong> seguir estos <strong>con</strong>sejos <strong>de</strong> san <strong>Francisco</strong> <strong>de</strong> <strong>Sales</strong>, aunque no se nos pague <strong>con</strong> <strong>la</strong> misma<br />

moneda, puesto que <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ma <strong>de</strong>l amor puro y <strong>de</strong>sinteresado hacia el prójimo se aviva en nuestros<br />

corazones en el Corazón <strong>de</strong> Cristo.<br />

«Nuestro gran bien, nuestra dicha en <strong>la</strong> perfección, sería no tener el menor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ser amados por <strong><strong>la</strong>s</strong><br />

criaturas. ¿Qué os pue<strong>de</strong> importar que os amen o no? Si en alguna ocasión os parece que no os aman,<br />

seguid vuestro camino sin entreteneros en <strong>con</strong>si<strong>de</strong>rarlo. Tenemos que amar al prójimo e interesarnos por<br />

él, a cada uno en su or<strong>de</strong>n, como quiere nuestro Señor, haciendo todo lo posible por darle gusto y<br />

ayudarle, pues así lo quiere Dios. Si Dios quiere que seamos correspondidos, será un gran <strong>con</strong>suelo y una<br />

bendición <strong>de</strong> Dios; si su bondad no lo quiere así, <strong>de</strong>bemos <strong>con</strong>tentarnos <strong>con</strong> el amor <strong>de</strong>l Corazón <strong>de</strong><br />

nuestro Señor, que es tan gran<strong>de</strong>».<br />

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