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XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclos A, B ... - Autores Catolicos

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HAGIOGRAFÍA<br />

La vanidad mundana de Wolsey le lleva a atizar el fuego<br />

<strong>del</strong> incendio.<br />

“Wolsey impulsó la solicitud <strong>del</strong> Rey para<br />

conseguir el divorcio, con el fin de presentarse como<br />

la persona que podía realizar aquel deseo, como el<br />

bienhechor, imprescindible para su Soberano y para todo<br />

el clan de los Boleyn, luego resultó que también fue la<br />

primera víctima. Esto explicaría también el ataque de<br />

Moro contra el derrotado, ante el Parlamento. Un hombre<br />

que había abusado de su cargo de Lord-Canciller y de<br />

Legado para tramar, con gran falta de conciencia, un<br />

incidente, cuyos efectos traerían consigo no sólo<br />

sufrimientos muy grandes para la Reina Catalina, sino<br />

también persecución, miseria y muerte, males<br />

previsibles para muchos compatriotas y la destrucción<br />

de la Iglesia en Inglaterra, un hombre así no merecía<br />

ser tratado con la consideración de caballero”.<br />

Moro aparece obsequioso, e incluso parece que<br />

lisonjeaba a Wolsey. De todos modos, los modos, las<br />

formas no es nuestro interés analizarlas, ni pesarlas<br />

desde tan lejos.<br />

“Por otro lado nos han sido transmitidas<br />

respuestas bastante atrevidas. Cuando una vez<br />

contradijo en el Consejo Secreto a Wolsey, éste le<br />

increpó: “¿Estáis loco, maestro Moro?, él respondió:<br />

¡Ah reverendísimo señor, cómo doy gracias a Dios de que<br />

sólo haya un loco en el Consejo <strong>del</strong> Rey?”<br />

Como nota final copiamos el comentario <strong>del</strong> autor<br />

que seguimos por cuanto asientan la duda dejada en<br />

líneas anteriores.<br />

“Sabía que quien quisiera permanecer en el mundo y<br />

seguir a Cristo, tenía que hacerlo con tacto, no con<br />

rarezas notables que sorprendan a los otros “hijos <strong>del</strong><br />

mundo”, les cohíban y les asusten, sino con naturalidad<br />

y normalidad. Y también sabía que no es pura casualidad<br />

que el cilicio se lleve sobre la piel y no sobre la<br />

capa”. (Peter Berglar: Tomás Moro, pág. 82).<br />

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