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La ultima morada. Zona Prohibida.

¡La búsqueda ha terminado! Un grupo de viajeros extraterrestres ha arribado a la Tierra con intenciones desconocidas. Maravillados por la hermosura del planeta deciden descender a investigar; mientras, en el bosque Amazónico, el comandante de operaciones John Waterstone lidera un proyecto secreto del gobierno de los Estados Unidos, pero todo sale mal para las dos partes involucradas... Por otra parte, Miguel ha confirmado el diagnostico de su enfermedad, sin saber que pronto cambiará todo en su vida. ¿Qué les depara el destino a estos seres? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Quienes son y de donde provienen? ¿Cómo y por qué cambiará la vida de Miguel?

¡La búsqueda ha terminado! Un grupo de viajeros extraterrestres ha arribado a la Tierra con intenciones desconocidas. Maravillados por la hermosura del planeta deciden descender a investigar; mientras, en el bosque Amazónico, el comandante de operaciones John Waterstone lidera un proyecto secreto del gobierno de los Estados Unidos, pero todo sale mal para las dos partes involucradas... Por otra parte, Miguel ha confirmado el diagnostico de su enfermedad, sin saber que pronto cambiará todo en su vida. ¿Qué les depara el destino a estos seres? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Quienes son y de donde provienen? ¿Cómo y por qué cambiará la vida de Miguel?

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El encargado de iniciar la hoguera era un niño de pequeñas proporciones, de cabello puntiagudo y<br />

piel cobriza, el que utilizaba dos objetos de madera para esto. Contaba con una tabla plana con un<br />

surco a lo largo de ella, ranura que servía para frotar una vara cilíndrica hasta producir un<br />

desprendimiento de calor en el extremo friccionado. Ese ardor era utilizado para avivar una yesca,<br />

la cual al calentarla unas pocas veces, comenzaba a humear débilmente. El adolescente procedió a<br />

frotar sus instrumentos, exhalando aire en las brasas, encendiéndose las llamas, las que<br />

encendieron a una pila de ramas secas y maderos que serían más tarde la fogata final.<br />

Se sentó al lado del joven amo del fuego, extendiéndole las manos para que le prestara sus<br />

herramientas. El muchacho, un poco receloso, se los confío y se recostó en el piso a mirar los<br />

intentos de su aprendiz. <strong>La</strong> inexperta mujer juntó un poco de yesca y comenzó a frotar la vara en<br />

la ranura de la tabla, ocupando demasiada fuerza en la fricción, destrozando la delgada varilla. El<br />

niño se levantó alarmado del suelo y, frunciendo el ceño, corrió presto a su choza; volviendo con<br />

una nueva rama, más tosca y gruesa que la anterior. Al cabo de unos segundos y después de bajar<br />

la potencia utilizada para frotar, pudo iniciar una pequeña humareda, la que se avivó al soplarla,<br />

liberando las llamas que la discípula deseaba, alegrándosele el rostro por su logro.<br />

Con esto daba por terminado su día. <strong>La</strong> noche ya era patente. Caminó hacia su choza y sacó la<br />

manta que le habían prestado, acostándose cerca de las llamas para observar sus relajantes y<br />

azarosos movimientos, durmiéndose con el sonido selvático de fondo. Aquella noche también dejó<br />

unos ciclos para reparar sus heridas, gastando todos los nutrientes no utilizados en las actividades<br />

de ese día en esa tarea.<br />

Los siguientes días pasaron raudos y la buena alimentación comenzaba a dar sus frutos. No<br />

solamente lograba reparar las heridas de su brazo y espalda, sino que su cuerpo estaba ganando<br />

peso, quitándole el aspecto delgado con el que llegó desde su planeta –que por razones de<br />

escasez alimentaria no les permitía llegar a su máximo potencial muscular normal– además<br />

bronceándose levemente su piel por la exposición solar.<br />

Se dedicó a ayudar en las actividades diarias de la tribu mientras recuperaba completamente su<br />

salud, aprendiendo también las técnicas para fabricación de chozas, del arco y flecha, de cuchillos<br />

–tanto de piedra como de madera– de recetas curativas ocupando distintas plantas y de tocados<br />

de plumas; cazando personalmente a las aves que utilizó en ello.<br />

Al cumplirse el sexto día de su permanencia en la tribu, sus heridas estaban compl etamente<br />

sanadas, sin mella alguna, tomándole menos tiempo del estimado con anterioridad. Estaba<br />

perfectamente sana y contaba con herramientas básicas para valerse por sí sola en la selva<br />

amazónica en la búsqueda de su nave y sus compañeros. Realizó su última visita a la curandera,<br />

mostrándole los lugares en que solían estar los cortes, presentándose indemnes. <strong>La</strong> falta de<br />

marcas o cicatrices en la piel de la muchacha asustó un poco a la anciana, de modo que cubrió su<br />

cuerpo ileso con compresas nuevas, para que los demás habitantes no se espantaran con su<br />

milagrosa recuperación.<br />

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