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EUNUQUISMO 125<br />
El matrimonio ni impide ni priva de la santidad. Antes<br />
bien, existe mayor santidad en el esposo fiel y en el<br />
padre honrado que en cualquier célibe impenitente. Porque<br />
la santidad en sí no depende <strong>del</strong> celibato o <strong>del</strong> matrimonio,<br />
sino de la consagración de la vida a Dios y esta<br />
consagración puede lograrla cualquier hombre o mujer<br />
sin imposición de ninguna clase ni sacrificios estériles.<br />
La doncella o la casada pueden servir al Señor, lo mismo<br />
dentro que fuera de la Iglesia y conservar la honestidad<br />
de espírií!^, lo mismo haciendo que no haciendo voto de<br />
castidad. Si honramos justamente el nombre de madre,<br />
en su sentido literal, es porque sabemos que en ella se<br />
dan las excelsas virtudes de amor, humildad, abnegación<br />
y castidad mucho más abundantemente que en las mujeres<br />
que no lo son.<br />
Y bendecimos más justamente, al padre honrado, trabajador,<br />
cuya vida es un dechado de sacrificio que al hombre,<br />
quien por el hecho de conservarse soltero, vive para<br />
sí, aunque se diga vivir totalmente para el Señor,<br />
Si el matrimonio fuera causa de impureza tendríamos<br />
que culpar a Dios por haberlo instituido; tendríamos que<br />
renegar de nuestros padres por habernos traído al mundo;<br />
tendríamos que abominar de la Humanidad por estar<br />
formada, no por ángeles, sino por hombres y mujeres<br />
creados para vivir en sociedad complementándose los<br />
unos con los otros.<br />
* *<br />
El voto de castidad obligatorio corta sus alas al amor<br />
humano, lo más hermoso que existe sobre ía tierra. Rasga<br />
la virilidad <strong>del</strong> hombre y le sepulta en los antros de la<br />
desesperación. Hunde a la mujer entre las sombras de una<br />
dicha improbable a cambio de la ternura de su cariño na-