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CONFESIONISMO 179<br />
de Cristo." ¿Cómo puede entonces un sacerdote, por muy<br />
santo que fuere, atreverse a ocupar el lugar de Dios, todo<br />
santidad, justicia y amor? ¿Con qué carácter sagrado puede<br />
el sacerdote romanista presentarse ante Dios sin remordimiento<br />
de conciencia, sabiendo que por obra de los<br />
hombres, en una de sus funciones sacerdotales, ocupa el<br />
propio lugar de Dios ante los fieles? ¿Adonde quedan la<br />
humildad y la verdad cristiana de las que el sacerdote<br />
siempre debe ser portaestandarte y adalid?<br />
El <strong>romanismo</strong> lo ha desquiciado todo. El papel <strong>del</strong><br />
sacerdote, el significado <strong>del</strong> sacramento, el<br />
lugar de Dios,<br />
el sacerdocio de Cristo . . . todo. El ministro está para<br />
aconsejar, si es consultado; para alentar a las almas en<br />
sus tribulaciones y socorrerlas en sus necesidades; para<br />
excitar sus conciencias y hacerlas sentir el peso y el dolor<br />
<strong>del</strong> pecado; para invitarlas, en nombre de Cristo, a<br />
confesar sus pecados ante Aquel que tiene el poder de<br />
absolver al pecador. El sacerdote debe esforzarse por llamar<br />
a tiempo y a desatiempo a las almas por la senda<br />
penosa, pero santa, <strong>del</strong> arrepentimiento. El sacerdote debe<br />
considerarse a sí mismo como el "hermano mayor" en<br />
responsabihdad y el "hermano menor" en la virtud. Eso<br />
debe ser el ministro cristiano, pero nunca el usurpador<br />
de las funciones de Dios y de la mediación de Cristo.<br />
Siendo así, el creyente verá en él no sólo al pastor que<br />
encamina su vida por senderos de justicia y junto a las<br />
aguas de reposo, sino también al "hermano", digno de<br />
honra y alabanza por el servicio de su ministerio; y al<br />
buen amigo y consejero, capaz de comprender, en nombre<br />
de Cristo, las flaquezas de la carne y el horror santo<br />
<strong>del</strong> pecado.