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Í64<br />
CLAUDIO GUTIÉRREZ MARÍN<br />
fuera <strong>del</strong> templo. El alma que ora como Natanael debajo<br />
de la higuera o como el rey David en las naves solitarias<br />
<strong>del</strong> templo o en la cámara ostentosa de su palacio; en el<br />
campo o en el hogar; en la fábrica o en la cárcel; en el<br />
estudio o en la oficina, si lo hace con dolor de arrepentimiento<br />
y deseo de no volver a pecar, será oído y perdonado<br />
por Dios, Él, silenciosamente, amorosamente oirá desde<br />
su trono, que llena todos los espacios, y hará que su<br />
paz, "la que el mundo ni sabe ni puede dar", descienda<br />
al corazón <strong>del</strong> penitente. Abrir el corazón a Dios, solamente<br />
a Dios y gemir con la conciencia arrodillada besando<br />
en el mutismo de la agonía la túnica blanca y sin costura<br />
de Dios, 65 alcanzar la verdadera paz por el perdón<br />
divino.<br />
La confesión colectiva y pública de pecados, la que<br />
el pueblo de israel desde el tabernáculo <strong>del</strong> desierto o<br />
los atrios y naves <strong>del</strong> templo salomónico, hasta las arenas<br />
inhospitalarias de la esclavitud babilónica supo dirigir<br />
a Dios con silicio<br />
y ayuno, revolcándose en la ceniza<br />
de su impiedad y en el estercolero de su pobreza miserable,<br />
es la única confesión colectiva de pecados que aparece<br />
estampada en las páginas <strong>del</strong> Libro Santo. Y el gemido<br />
de todo un pueblo supo conmover las entrañas misericordiosas<br />
de Dios y Dios aplacó, en su amor, el lamento<br />
justificado de su pueblo. Y en nombre <strong>del</strong> pueblo<br />
creyente, los jueces, profetas y sacerdotes, hablando<br />
en nombre de la<br />
comunidad, gritando a todos los vientos<br />
la maldad unánime de todos, incluyéndose ellos mismos,<br />
confesaron sus pecados personales y nacionales, a Dios.<br />
Nada más que a Dios; porque la religión judaica, arrancada<br />
de la revelación verdadera, siempre mantuvo en pie