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24 CLAUDIO GUTIÉRREZ MARÍN<br />
será ]a de que aprenda a vivir por sí misma, luchando<br />
abiertamente por el ejercicio espiritual de su fe.<br />
No es el dinero, ni la influencia de los poderes humanos<br />
quienes darán a la fe al resplandor de las cosas<br />
divinas, sino la propia naturaleza de ésta, su virtud interior<br />
y su poder de lo alto quienes la harán brillar y<br />
permanecer limpia. La fe necesita manos libres para realizar<br />
su obra, no manos atadas para arrastrarse sobre el<br />
barro. Es preciso que la fe sepa entregar al mundo, con<br />
toda honestidad, la parte de herencia santa que le ha<br />
sido concedida sin mezclarla con otros ideales ajenos al<br />
objetivo máximo de redimir el mundo.<br />
*<br />
Debemos citar en apoyo de nuestra afirmación el<br />
testimonio<br />
cierto <strong>del</strong> gran teólogo <strong>del</strong> siglo xv, Cornelio<br />
Agripa, quien en su magnífica obra "De la vana y falsa<br />
sabiduría"» dice así: "Las costumbres corrompidas y falsa<br />
rehgión de los gentiles (griegos y romanos) han infestado<br />
nuestra religión también e introducido en la Iglesia<br />
imágenes y pinturas, con mucha ceremonia de pompa<br />
externa, ninguna de las cuales se encontraron entre los<br />
primeros y verdaderos<br />
cristianos".<br />
¡Pobre Iglesia de Cristo! Ella que, navegando en un<br />
océano de pureza y espiritualidad sincera hubo de sortear<br />
sin tregua los más peligrosos arrecifes <strong>del</strong> mundo pagano,<br />
acabó por anclar sobre el abismo hediondo <strong>del</strong> propio<br />
paganismo. Su túnica blanca se manchó al ser pisoteada<br />
por las ruedas ponzoñosas <strong>del</strong> gran carro dorado<br />
de la idolatría. Y la iglesia, con aroma de cielo y canción<br />
de santidad, se convirtió en marioneta vestida de oropel<br />
o en codiciosa cortesana ataviada con todas las galas<br />
de la ambición y el desenfreno. La tierra se engalanó