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La Cerdanya - vall de Pi

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274 <strong>La</strong> <strong>Cerdanya</strong><br />

El <strong>vall</strong>e <strong>de</strong> <strong>La</strong> Cerdaña, es <strong>vall</strong>e fecundo en pueblos <strong>de</strong> pequeñas<br />

dimensiones.<br />

Esceptuando Puigcerdá y algun otro, la mayor parte <strong>de</strong> esos<br />

pueblos, más que pueblos son familias <strong>de</strong> casas reunidas por intereses<br />

<strong>de</strong> familia; grupos <strong>de</strong> piedra reclinados en oasis <strong>de</strong> verdura, durmiendo<br />

allí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siglos el sueño <strong>de</strong> la montaña.<br />

Vistos <strong>de</strong> lejos semejan hongos habitables extendidos á orillas<br />

<strong>de</strong> la llanura; nidos <strong>de</strong> piedra que asoman las azuladas espaldas <strong>de</strong><br />

pizarra por encima <strong>de</strong>l follaje y que con el campanario á cuestas <strong>de</strong>l<br />

mismo color <strong>de</strong> las casas y éstas <strong>de</strong>l tono <strong>de</strong> la tierra, parecen incrustados<br />

en el planeta por obra geológica <strong>de</strong> los tiempos, más que por<br />

esfuerzo <strong>de</strong> los hombres.<br />

De cerca todas las casas son parecidas. <strong>La</strong>s mismas pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

ocre en todas ellas; idénticos aleros; las mismas ventanas, con las<br />

mismas macetas y las mismísimas flores; la era igualmente dorada<br />

por el trigo; la bohardilla; exhalando el aroma <strong>de</strong> la hierva; las calles<br />

solitarias todas ellas; humeantes las chimeneas todas al caer <strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong> y las mismas voces <strong>de</strong>l campanario y la misma quietud en<br />

todas partes.<br />

Un pueblo entre los <strong>de</strong>más (morada <strong>de</strong>l genio <strong>de</strong>l que vamos á<br />

ocuparnos) se distingue por estar dividido por un rio como algunas<br />

gran<strong>de</strong>s capitales; lo mismo que París tiene casas en ambos lados<br />

<strong>de</strong> la corriente (diez á un lado y ocho al opuesto con la iglesia y el<br />

cementerio); un puente <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra une los dos barrios extremos y<br />

contiguos, y entre el puente, la necrópolis y el rio se extien<strong>de</strong> la<br />

plaza; una plaza ombreada por los sauces <strong>de</strong> la orilla, por dos<br />

olmos más colocados allí exprofeso y con premeditación, y por un<br />

pobre ciprés escuálido como un poste telegráfico mostrando su<br />

esqueleto al viento con solo algunos mechones <strong>de</strong> verdura suspendidos<br />

allá en las últimas ramas para abrigar tanto nervio como<br />

tiene al <strong>de</strong>scubierto.<br />

<strong>Cerdanya</strong> i els seus pobles<br />

<strong>La</strong>s diez y ocho viviendas (incluso el cementerio), están habitadas<br />

la parte, aunque nadie lo creyera al verlas abandonadas todo el dia.<br />

Solo al morir la tar<strong>de</strong> vénse <strong>de</strong>sfilar por las calles sus habitantes volviendo<br />

<strong>de</strong> las labores <strong>de</strong>l campo y con ellos llegan esos ecos <strong>de</strong>l paisaje<br />

tan gratos al oído armonizados por la gran bóveda <strong>de</strong>l firmamento.<br />

<strong>La</strong> voz humana se purifica con el aire, y las sencillas canciones<br />

<strong>de</strong> aquellos campesinos adquieren la sobriedad <strong>de</strong> lo gran<strong>de</strong> y<br />

majestuoso; el campaneo <strong>de</strong>l rebaño que entra cabizbajo en los rediles,<br />

suena como notas <strong>de</strong> la misma naturaleza, canta el agua también<br />

con su voz inimitable y le acompaña la campana y <strong>de</strong> este conjunto<br />

<strong>de</strong> voces y <strong>de</strong> sonidos se levanta el aroma <strong>de</strong> paz que se respira<br />

en estos pequeños pueblos, acostumbrados á mirar el cielo todo<br />

el dia y a dormirse bajo la gran cúpula <strong>de</strong> estrellas.<br />

Entrada la noche se vé brillar la luz vagamente <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las ventanas<br />

y como todo se apaga en este mundo y en nuestro pueblo no<br />

hay más faroles que los astros, apagada la luz, acabada la broma y<br />

sumida en la oscuridad la tierra, todo el mundo se duerme esperando<br />

la claridad <strong>de</strong> la siguiente mañana.<br />

¡Y qué bien se duerme en aquel rincón <strong>de</strong>l mundo! Sin gran<strong>de</strong>s<br />

ambiciones, ni <strong>de</strong>smedidos afanes; sin fiebre <strong>de</strong> fortuna ni sed <strong>de</strong><br />

gloria; los buenos campesinos disfrutan <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>scansada vida<br />

soñada por el poeta. Allí la lucha por la existencia es monótona,<br />

soñolienta, tranquila como un lago; allí no se conoce la fiebre <strong>de</strong> las<br />

gran<strong>de</strong>s capitales ni se agita el sistema nervioso; allí la neurosis no<br />

se usa ni se abusa <strong>de</strong> la morfina, y el hombre allí duerme sin ensueños<br />

y hace trabajar los músculos <strong>de</strong>jando en paz el cerebro.<br />

Uno solo bulle, sueña y se agita en el fondo pacífico y tranquilo,<br />

como una máquina en un <strong>de</strong>sierto.<br />

Es este el genio ignorado <strong>de</strong> aquel pueblo.<br />

Santiago Rusiñol<br />

Un genio ignorado

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