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El tiempo, la muerte, la memoria<br />

La materialidad del lenguaje se muestra primero como sonoridad; despegadas<br />

de la estabilidad y fijeza de la escritura, las palabras se revelan como movimiento:<br />

se desprenden de la página, fluyen inestables en movimientos de atracción y repulsión,<br />

se confunden y entremezclan en el «festín del sonido». La exploración de la<br />

productividad del lenguaje en sus aspectos puramente sonoros, propicia la apertura<br />

de asociaciones semánticas insospechadas atraídas por la vecindad fonética de las<br />

palabras; este procedimiento que se inicia ya en «Añoranza y acto de Amor» («falo<br />

filo de fuego / pene pino de fuego»; «sexoacceso / sexobseso / sexoexceso»; «gruta /<br />

grata / grieta / grita delicias») y «El almuerzo del solitario» («inocencia / indolencia<br />

/ sin dolencia / de la conciencia») se desarrolla en «Rastro de palabras» y<br />

«Declaración de amor» y se erige en el mecanismo de producción del sentido en la<br />

serie Oposiciones y contrastes. En cierto sentido, la estructura de las metamorfosis<br />

del ser que presidía la composición de «Balada de la hija» se ha trasladado ahora al<br />

lenguaje: las palabras son el escenario privilegiado de esa persecución de un sentido<br />

que siempre está más allá de lo que puede decirse.<br />

Usar las palabras es ser usados por ellas. El uso de la palabra es un ejercicio<br />

de confianza: el poeta siempre dice algo con las palabras, aunque nunca sepa exactamente<br />

qué. («No sé]o que dice ya ella me fío», dice Octavio paz en «Oráculo)».<br />

Pero al mismo tiempo es un acto de desconfianza: las palabras siempre dirán más y<br />

menos de lo que el poeta dice. Más, porque son por sí mismas significativas, hablarán<br />

de su propia historia, se conectarán secretamente por pasillos de sentido no controlados<br />

por el poeta. Y menos, porque nunca dirán algo del todo, de]a infinitud del<br />

mundo siempre quedará un residuo innominable. Las palabras dicen siempre otra<br />

cosa y la escritura poética intenta abrir ese vacío, esa desgarradura, para el advenimiento<br />

de lo indecible.<br />

Este combate entre insuficiencia y poderío del lenguaje no se libra solamente<br />

en el campo de la poesía, puesto que pertenece a la naturaleza misma del lenguaje,<br />

pero la escritura poética es en donde llega hasta sus límites más extremos: en es-<br />

te enfrentamiento lúcido -y lúdico- se produce la obra, y el poeta que intenta doblegar<br />

]a rebeldía del lenguaje no lo hace para imponerle unos límites sino para<br />

transgredirlos, para llevar el conflicto hasta sus últimas consecuencias y abrir el lenguaje<br />

hasta la máxima intensificación. «Si la obra es un triunfo sobre el lenguaje, la<br />

verdad es que también resulta ser un triunfo del lenguaje mismo», escribe Guillermo<br />

Sucre. Por esta línea de exploración del lenguaje discurre buena parte de la poesía<br />

hispanoamericana del siglo XX. «Altazor, desconfía de las palabras» alerta Huidobro,<br />

y Octavio Paz, en Corriente alterna, dice: «La poesía moderna es a un tiempo<br />

destrucción y creación del lenguaje. Destrucción de las palabras y los significados:<br />

reino del silencio. Pero igualmente, palabras en busca de la Palabra». Y ¿cuál<br />

es esa Palabra que sirve de basamento y sostén a las innumerables palabras? Ya antes<br />

que Paz, Vallejo había escrito: «Si después de tantas palabras / no sobrevive la<br />

palabra» (...) «Más valdría, en verdad, / que se lo coman todo y acabamos».<br />

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