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28 María Augusta Vintimilla<br />
Las lecturas tempranas de los poetas ecuatorianos posmodernistas, más algunas<br />
aproximaciones dispersas a traducciones de T. S. Eliot, Ezra Pound, Rilke, y<br />
los primeros acercamientos a la filosofía existencialista, habían provocado una<br />
apertura en el limitado horizonte de las experiencias vitales hacia la constitución de<br />
una subjetividad fundada –más que en lo vivido– en la cultura, en el lenguaje, en la<br />
filosofía, en el movimiento poético moderno. La escritura poética aparece en este<br />
primer momento como una compensación, e inclusive una sustitución, a la vacie-<br />
dad de la existencia.<br />
Esta disyunción entre escritura y vida aparece explícitamente formulada en el<br />
texto introductorio de El mundo de las evidencias: «Ocupado en vivir apasionadamente<br />
¿a quién demonios se le ocurre escribir?». Después, la escritura poética dejará<br />
de ser sustituto existencial para convertirse en una de las formas –como el erotismo,<br />
por ejemplo– de intensificación y acrecentamiento vital.<br />
La otra huida, el viaje a las Galápagos, en esencia sigue la misma dirección.<br />
Negación radical de la estrecha vida en una provincia que apenas mostraba los signos<br />
de una incipiente modernización; su huida sin embargo no es a la metrópoli, no<br />
es a Nueva York o a París. Es Galápagos: la naturaleza en su estado más puro, incontaminado<br />
de lo humano, «escena planetaria del combate cósmico entre las fuerzas<br />
esenciales». Pero hay un dato significativo: huye del mundo pero se lleva consigo<br />
el mundo de la cultura: Rainer María Rilke, T. S. Eliot, Paul Valery, Ezra<br />
Pound.<br />
¿Cuál puede ser el sentido de este gesto irónico de radical aislamiento, sino<br />
el signo del «héroe moderno», el héroe solitario de la subjetividad romántica –una<br />
de las máscaras de la subjetividad moderna– expulsado del paraíso, arrojado en una<br />
sociedad en la que no hay lugar para el heroísmo, y construyendo su última tentativa<br />
de reconciliación en la naturaleza?<br />
En esta doble –y única– huida habría que indagar la lectura del mundo que se<br />
perfila en El mundo de las evidencias, que persiste en eludir sistemáticamente el<br />
encuentro con su entorno inmediato: no hay en él la pasión por nombrar los seres y<br />
las cosas de su mundo (como en Carrera Andrade), ni la escucha atenta de otras voces<br />
que no sean las que provienen de la lengua literaria, ningún intento de pensar los<br />
mitos fundadores de una identidad colectiva (como en Dávila, Salazar Tamariz o<br />
Jorge Enrique Adoum), ni siquiera el reencuentro con la vulgaridad cotidiana, con la<br />
monotonía –apacible o mezquina– de la ciudad provinciana. Es decir, nada de lo<br />
que Hernán Rodríguez Castelo señala como «el gran tema generacional de la vuelta<br />
a las raíces en busca de identidad»,17<br />
La subjetividad que habla en los poemas se configura íntegramente en el territorio<br />
de la literatura. La mirada con la que Jara explora y construye el universo<br />
poético de El mundo de las evidencias, es todavía una mirada que se estructura des-<br />
17. Op. cit., p. 238.