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El tiempo, la muerte, la memoria 73<br />

que todavía no se ha producido el distanciamiento entre conciencia y mundo, y en<br />

donde aún es posible intentar una lectura del tiempo distinta a la evidencia de la sucesión<br />

irrepetible.<br />

El yo de la enunciación poética de «Destellos» se configura a partir de una<br />

pérdida: extravío de la comunión con la realidad, disgregación de la propia subjetividad,<br />

disolución de una percepción unitaria de la temporalidad. La escisión del<br />

tiempo es también la escisión del yo:<br />

La soledad, ahora, me hace dos efraínes.<br />

Su hostilidad comprendo. ¡Sólo uno es verdadero!<br />

El otro substituye al que jamás he sido.<br />

Solo en el tiempo mítico de la infancia -representación de un tiempo ante-<br />

rior al tiempo conciencial, tiempo circular de la naturaleza expresado en el paso de<br />

las estaciones, los días, los años, que no son sino repeticiones de lo mismo- el su-<br />

jeto preserva su unidad esencial por identificación con lo que le rodea: si las cosas<br />

son siempre idénticas a sí mismas, el yo infantil, que es apenas una prolongación de<br />

las cosas, un puro estar-entre-las-cosas, es también siempre el mismo.<br />

Era un cuando sin cuando. Era un espejo, en donde<br />

jamás inscribió el relámpago su helecho fulminante.<br />

Días, años, en la ascua del espacio infinito,<br />

viendo volver el mismo colibrí a los rosales.<br />

El mismo río, idéntico fragor de terciopelos<br />

del viento, enardeciendo tejados y arboledas.<br />

Un niño de ojos tristes eleva una cometa.<br />

y siempre son los mismos: cometa, niño y cielo.<br />

En esta estancia, hay un uso peculiar de los elementos lingüísticos portado-<br />

res de las marcas temporales que, paradójicamente, refuerza el sentido de intemporalidad,<br />

la ausencia de transcurso y la sensación de inmovilidad. El pretérito imperfecto<br />

que abre la estancia, y que se reitera al comienzo del segundo hemistiquio,<br />

instala la imagen en algún momento de un pasado imposible de precisar. La predicación<br />

del verbo -un adverbio de tiempo: «cuando»- nombra la temporalidad solo<br />

para negarla: «un cuando sin cuando», en un vaciamiento radical de su contenido.<br />

El tercer verso repite la disolución del sentido temporal que comportan los<br />

sustantivos (días, años); primero, porque su sentido de transcurso se reduce por la<br />

ausencia de determinación: la sucesión indefinida de días y años atrae más bien la<br />

idea de repetición incesante que la noción del devenir. Y luego, en lo que sigue del<br />

verso, por su aprisionamiento en una categoría intemporal: el espacio; la infinitud<br />

del espacio como soporte de la temporalidad pone en primer plano la continuidad y<br />

permanencia, difuminando las marcas de cambio y movimiento.

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