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48<br />
María Augusta Vintimilla<br />
refuerzo rítmico de la acentuación esdrújula, y otra vez hacia las profundidades con<br />
«esponjas». El movimiento estrófico termina con un nuevo contrapunto rítmico en<br />
el último verso: un inicio extraordinariamente lento con 5 sílabas átonas, y luego la<br />
serenidad del movimiento en la perfecta regularidad de acentos en 6, 8 y 10, acompasándose<br />
con el sentido de las palabras eternidad, serenos, icebergs.<br />
Y ahora, nube ya, solar del rayo<br />
plenitud ya del ser –que es demasía–,<br />
un nuevo anillo cierra de sus ciclos<br />
cuando escucha el rumor de las semillas...<br />
Recién en esta última estrofa aparece el vocablo «nube» que había sido elu-<br />
dido a lo largo de los siete cuartetos anteriores; mientras tanto solo el movimiento<br />
hacia el llegar a ser. Nombrar el objeto es nombrar su plenitud: la plenitud formal de<br />
la nube –plenitud del ser, que es llegar a ser– es simultáneamente exceso y acabamiento.<br />
La reiteración del adverbio «ya» que denota el instante, se resuelve inmediatamente<br />
en demasía.<br />
En la primera poesía de Jara es constante la tensión entre los movimientos de<br />
ascensión y descendimiento como los dos impulsos que marcan el existir. La ascensión<br />
(«sube, espectro del agua, hacia el zafiro») es el movimiento hacia la plenitud<br />
existencial que siempre es instantánea; el descendimiento («para venirse abajo<br />
como lágrima») hacia el lugar de la muerte, que es también el lugar del origen, el<br />
caos primigenio en donde se confunden muerte y renacimiento («un nuevo anillo<br />
cierra de sus ciclos / cuando escucha el rumor de las semillas»). El movimiento de<br />
máxima expansión vital contiene en sí mismo el germen de la disgregación y la<br />
caída («plenitud ya del ser / que es demasía»); en el otro extremo, la disolución del<br />
ser engendra simultáneamente su restitución en el otro.<br />
Estas evidencias son constantemente repetidas en otros poemas: así, en «Ternura<br />
y soledad de mi madre» se lee: «Era yo el que subía con mi peso de siglos/<br />
(...) la corriente tranquila de tus venas azules»; en «Plenitud del polen»: «Desde<br />
profundidades de terciopelo y nácar / sube su áureo polvillo de estrella o maripo-<br />
sa». En «Vida interior del árbol»: «¡Ah perpetuo suplicio del impulso, / condenado a<br />
extinguirse en cuanto cumple / el fugaz parpadeo de la forma!»; «Más dispersión<br />
aún es la semilla / para la que cumplirse es disgregarse!». En «Perpetuum movile»:<br />
«Lo que cayó en la tierra / en sombra se disgrega; / pero en la dispersión se acre-<br />
cienta la vida».<br />
La temporalidad se resuelve en movimiento: el movimiento de lo designado<br />
es idéntico al movimiento de la expresión que lo designa, la materialidad del poe-<br />
ma no puede ser sino la propia materialidad del mundo que encuentra su forma, que<br />
se transforma en poema. El universo no es sino un vasto poema en espera de ser<br />
«traducido» al lenguaje de los hombres. En «Integración de la nube» –como en la<br />
mayoría de poemas de este momento– el yo es un lugar fijo, un punto de observa-