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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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tar que los patios estaban llenos <strong>de</strong> suizos y<br />

<strong>de</strong> soldados.<br />

Miraba <strong>de</strong> vez en cuando por la ventana,<br />

calculando exactamente la profundidad <strong>de</strong>l<br />

foso, pero había una altura capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>salentar<br />

a los más valientes, y el duque <strong>de</strong> Anjou<br />

estaba muy lejos <strong>de</strong> serlo.<br />

De hora en hora entraba uno <strong>de</strong> los guardianes<br />

<strong>de</strong>l príncipe, unas veces Schomberg,<br />

otras Maugiron, tan pronto d'Epernon como<br />

Quelus, y sin tener en cuenta que estaba allí<br />

el príncipe, a menudo sin saludarle siquiera,<br />

hacían su requisa, abriendo las puertas y las<br />

ventanas, registrando los armarios y los baúles,<br />

mirando <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las camas y <strong>de</strong> las<br />

mesas, observando si las cortinas se hallaban<br />

en su sitio, y asegurándose <strong>de</strong> que no había<br />

cortado las sábanas en tiras. También se solían<br />

asomar al balcón, y los cuarenta y cinco<br />

pies <strong>de</strong> altura que tenía éste, les quitaba todo<br />

recelo.<br />

-A fe mía -dijo Schomberg, al volver una<br />

vez <strong>de</strong> la requisa-, renuncio a entrar más en<br />

el cuarto <strong>de</strong>l preso, y no pienso volverme a<br />

mover <strong>de</strong>l salón, ni <strong>de</strong>spertarme otra vez pa-

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