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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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como siempre, aborrecido; y segunda, que él<br />

era cada día más amado.<br />

Por otra parte, la amistad <strong>de</strong>l joven doctor<br />

le servía <strong>de</strong> satisfacción. Hay en todos los<br />

sentimientos que proce<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l cielo una expansión<br />

<strong>de</strong> todo nuestro ser, que parece doblar<br />

nuestras faculta<strong>de</strong>s: entonces el hombre<br />

conoce que es dichoso porque conoce que es<br />

honrado.<br />

Bussy comprendió, pues, que no había<br />

tiempo que per<strong>de</strong>r y que cada dolor que hacía<br />

sufrir al corazón <strong>de</strong>l anciano, era casi un sacrilegio.<br />

Tan trastornadas están las leyes <strong>de</strong><br />

la Naturaleza en un padre que llora la muerte<br />

<strong>de</strong> su hija, que quien pue<strong>de</strong> consolarle con<br />

una palabra y no le consuela, merece las<br />

maldiciones <strong>de</strong> todos los padres.<br />

Al bajar al patio, M. <strong>de</strong> Meridor encontró<br />

un caballo <strong>de</strong> refresco que Bussy había mandado<br />

preparar para él; otro caballo esperaba<br />

a Bussy; subieron uno en el suyo y salieron<br />

en compañía <strong>de</strong> Remigio.<br />

Llegaron a la calle <strong>de</strong> San Antonio, no sin<br />

gran<strong>de</strong> admiración <strong>de</strong> M. <strong>de</strong> Meridor, que<br />

haciendo veinte años que no había estado en

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