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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-Sí, y si tuvieseis valor...<br />

-Ánimo -exclamé-; tranquilízate, querida,<br />

le tendré.<br />

Entonces Gertrudis puso un <strong>de</strong>do en la boca.<br />

-Sí, sí, entiendo -le dije.<br />

Gertrudis me hizo seña <strong>de</strong> que no me moviese<br />

<strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaba y fue a <strong>de</strong>jar el can<strong>de</strong>labro<br />

sobre la mesa <strong>de</strong>l dormitorio.<br />

Yo había conocido ya su intención y me<br />

había acercado a la ventana, buscando el resorte<br />

para abrirla.<br />

Halléle, o más bien le encontró Gertrudis,<br />

y la ventana se abrió.<br />

<strong>La</strong>ncé un grito <strong>de</strong> gozo, la ventana no tenía<br />

hierros.<br />

Pero ya Gertrudis había observado la causa<br />

<strong>de</strong> esta pretendida negligencia <strong>de</strong> nuestros<br />

carceleros; un ancho estanque bañaba el pie<br />

<strong>de</strong> la pared; diez pies <strong>de</strong> agua nos guardaban<br />

mejor, por cierto, que pudieran hacerlo gruesos<br />

barrotes <strong>de</strong> hierro en la ventana.<br />

Pero al fijar la vista en las orillas <strong>de</strong>l estanque,<br />

reconocí un paisaje que me era familiar;<br />

nos hallábamos prisioneras en el castillo

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