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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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Diez minutos transcurrieron, durante los<br />

cuales estuvo Chicot escuchando atentamente,<br />

creyendo oír el ruido <strong>de</strong> los conjurados<br />

que volvían rechazados <strong>de</strong>l subterráneo; pero<br />

el ruido continuaba alejándose en vez <strong>de</strong><br />

acercarse, lo cual le sorprendió extraordinariamente.<br />

Ocurrióle entonces un pensamiento, que<br />

convirtió sus carcajadas <strong>de</strong> risa en gritos <strong>de</strong><br />

rabia. Pasaba el tiempo, los coaligados no<br />

volverían, sin duda habían notado que la<br />

puerta estaba guardada y buscado otra salida.<br />

Chicot iba a lanzarse fuera <strong>de</strong> la celda,<br />

cuando <strong>de</strong> pronto una masa informe obstruyó<br />

la puerta, cuya masa se arrojó a sus pies,<br />

arrancándose los cabellos y exclamando:<br />

-¡Ay infeliz <strong>de</strong> mí! ¡Oh mi buen señor Chicot!<br />

¡Perdón, perdón!<br />

Lo primero que le ocurrió a Chicot al contemplar<br />

a Gorenflot a sus pies fue preguntar<br />

cómo es que habiendo huido el primero volvía<br />

solo, cuando ya <strong>de</strong>bería <strong>de</strong> estar muy lejos.<br />

-¡Oh, buen monsieur Chicot! -siguió gritando<br />

Gorenflot-, perdonad a vuestro indigno

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