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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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Por último, el duque <strong>de</strong> Guisa hizo una seña,<br />

y el prior, inclinándose <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l rey, le<br />

dijo:<br />

-Señor, ¿vendréis ahora a <strong>de</strong>spojaros <strong>de</strong><br />

vuestra corona terrenal a los pies <strong>de</strong>l Eterno?<br />

-Vamos. . . -repuso el rey.<br />

Al momento, toda la comunidad formada<br />

en dos filas siguió al rey, a quien el prior llevaba<br />

hacia las celdas situadas a la izquierda<br />

en el corredor principal.<br />

Enrique parecía muy contrito: no <strong>de</strong>jaba<br />

<strong>de</strong> darse golpes <strong>de</strong> pecho y <strong>de</strong> pasar las<br />

cuentas <strong>de</strong>l rosario <strong>de</strong> marfil atado a la cintura,<br />

que figuraban cabezas <strong>de</strong> muerto.<br />

Llegaron por último a la celda cuya puerta<br />

ocupaba el padre Gorenflot con el rostro iluminado<br />

y los ojos brillantes como un carbunclo.<br />

-¿Es aquí? -preguntó el rey.<br />

-Aquí mismo -contestó el frailote.<br />

El rey podía muy bien ignorar adón<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía<br />

dirigirse, pues al extremo <strong>de</strong>l corredor se<br />

veía una verja misteriosa que daba a una<br />

pendiente, cubierta <strong>de</strong> <strong>de</strong>nsas tinieblas. Enrique<br />

entró en la celda.

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