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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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Al cabo <strong>de</strong> diez minutos <strong>de</strong> carrera, oí la<br />

voz <strong>de</strong> Gertrudis que me llamaba.<br />

Volví la cabeza y vi que nuestra comitiva<br />

se había dividido en dos grupos: el uno, compuesto<br />

<strong>de</strong> cuatro hombres, entraba, llevándose<br />

a Gertrudis por un sen<strong>de</strong>ro lateral que se<br />

internaba en el bosque, mientras que el con<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> <strong>Monsoreau</strong> y los otros cuatro criados<br />

seguían conmigo el camino recto.<br />

-¡Gertrudis! -grité-. Señor con<strong>de</strong>, ¿por qué<br />

no viene Gertrudis con nosotros?<br />

-Es precaución indispensable -dijo el con<strong>de</strong>-;<br />

si somos perseguidos, <strong>de</strong>jando por dos<br />

distintos lados señales <strong>de</strong> nuestro paso, podrá<br />

<strong>de</strong>cirse en ambos caminos que ha pasado<br />

una mujer escoltada por cuatro hombres. De<br />

este modo hay la probabilidad <strong>de</strong> que el duque<br />

<strong>de</strong> Anjou tome uno por tomar el otro y<br />

corra tras <strong>de</strong> vuestra criada en lugar <strong>de</strong> correr<br />

tras <strong>de</strong> nosotros.<br />

<strong>La</strong> respuesta, aunque especiosa, no me<br />

satisfizo: ¿pero qué podía yo <strong>de</strong>cir ni menos<br />

hacer? Suspiré y guardé silencio.<br />

Por lo <strong>de</strong>más, el camino que seguía el con<strong>de</strong><br />

era, sin duda alguna, el <strong>de</strong>l castillo <strong>de</strong> Me-

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