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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-¡Oh! Schomberg, es la voz <strong>de</strong> Schomberg<br />

-dijeron simultáneamente los tres favoritos-.<br />

¿Pero dón<strong>de</strong> diablos estás?<br />

-Pardiez, dón<strong>de</strong> estoy, bien me estáis<br />

viendo -contestó la misma voz.<br />

En lo más obscuro <strong>de</strong>l gabinete, se veía en<br />

efecto, no un hombre, sino una sombra que<br />

iba avanzando lentamente.<br />

-Schomberg -dijo el rey-, ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> vienes,<br />

<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> sales, por qué estás <strong>de</strong> ese<br />

color?<br />

Schomberg, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los pies a la cabeza, sin<br />

exceptuar ninguna parte <strong>de</strong> sus vestidos ni <strong>de</strong><br />

su cuerpo, se hallaba teñido <strong>de</strong>l azul <strong>de</strong> prusia<br />

más hermoso que es posible imaginarse.<br />

-¡Miserables! -dijo-. Ya no me admira que<br />

corriera todo el pueblo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí.<br />

-¿Pero qué te ha ocurrido? -preguntó Enrique-.<br />

Si estuvieses amarillo, podría explicar<br />

muy bien por el miedo; ¡pero azul!<br />

-Es que los tunantes me han zambullido en<br />

una tina; creí que me sumergían en una tina<br />

llena <strong>de</strong> agua, mas veo que estaba llena <strong>de</strong><br />

añil.

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