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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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percibí distintamente el ruido <strong>de</strong> un beso largo<br />

y tierno.<br />

-¿Pero quién era el hombre? -interrogó el<br />

duque-, ¿le conociste?<br />

-Yo no puedo conocer brazos -dijo Aurilly-;<br />

los guantes no tienen cara, monseñor.<br />

-Sí, pero se pue<strong>de</strong>n conocer los guantes.<br />

-En efecto, me pareció... -repuso Aurilly.<br />

-¿Que los conocías? vamos.<br />

-Pero ésta no es más que una presunción.<br />

-No importa, di.<br />

-Pues bien, monseñor, me pareció que<br />

eran los guantes <strong>de</strong> M. <strong>de</strong> Bussy.<br />

-¿Guantes <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> búfalo bordados <strong>de</strong><br />

oro? -preguntó el duque, <strong>de</strong> cuya vista <strong>de</strong>sapareció<br />

<strong>de</strong> repente la nube que ocultaba la<br />

verdad.<br />

-De piel <strong>de</strong> búfalo bordados <strong>de</strong> oro; sí,<br />

monseñor, eso es -repitió Aurilly.<br />

-¡Ah, Bussy! Sí, Bussy era, no hay duda -<br />

exclamó nuevamente el duque-; ¡ciego <strong>de</strong><br />

mí! Pero no, no estaba yo ciego, sino que me<br />

era imposible creer en tanta audacia.<br />

-Cuidado, monseñor -dijo Aurilly-, creo<br />

que Vuestra Alteza habla <strong>de</strong>masiado alto.

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