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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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Schomberg era valiente; se <strong>de</strong>tuvo, pues,<br />

intentó hablar alto, y echó mano a la espada.<br />

D'Epernon era pru<strong>de</strong>nte; se puso en precipitada<br />

fuga.<br />

No volvió a acordarse Enrique <strong>de</strong> sus dos<br />

amigos, porque sabía que no necesitaban a<br />

nadie para salir <strong>de</strong> apuros; el uno, gracias a<br />

su buena espada; el otro, gracias a sus buenas<br />

piernas: dio pues una vuelta por la ciudad,<br />

según hemos visto, y se encaminó <strong>de</strong>spués<br />

al Louvre.<br />

Entró en la sala <strong>de</strong> armas, don<strong>de</strong> sentado<br />

en un gran sillón temblaba <strong>de</strong> impaciencia,<br />

porque no encontraba con quién <strong>de</strong>sahogar<br />

su cólera.<br />

Maugiron jugaba con Narciso, el gran lebrel<br />

<strong>de</strong>l rey: Quelus se sentó en un almohadón<br />

con las manos en las mejillas, y se puso<br />

a mirar a Enrique.<br />

-Cada vez peor -<strong>de</strong>cía el rey-: los conspiradores<br />

van ganando terreno; unas veces<br />

tigres y otras serpientes, cuando no caminan<br />

a saltos andan a rastras.<br />

-¡Bah! ¡Señor! -dijo Quelus-, ¿no ha habido<br />

siempre conspiraciones en todos los rein-

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