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Alejandro Dumas - La dama de Monsoreau - v1.0.

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-Quedad con Dios, señora -dijo Enrique-,<br />

ya sé lo que tengo que hacer, pues que mi<br />

misma madre me abandona sin compasión;<br />

yo hallaré consejeros capaces <strong>de</strong> secundar mi<br />

resentimiento y <strong>de</strong> auxiliarme en mis pesquisas.<br />

-Id, hijo mío -repuso tranquilamente la florentina-,<br />

y quiera Dios iluminar el alma <strong>de</strong><br />

vuestros consejeros, que bien lo necesitarán<br />

para vencer las dificulta<strong>de</strong>s que os ro<strong>de</strong>an.<br />

Y <strong>de</strong>jó salir a su hijo sin hacer el menor<br />

esfuerzo ni <strong>de</strong> obra ni <strong>de</strong> palabra para <strong>de</strong>tenerle.<br />

-Adiós, señora -repitió Enrique.<br />

Más al llegar a la puerta se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-Adiós, Enrique -dijo la reina-; oíd una palabra<br />

solamente, no pretendo daros un consejo,<br />

hijo mío; no necesitáis <strong>de</strong> mí, ya lo sé;<br />

pero rogad a vuestros consejeros que reflexionen<br />

bien antes <strong>de</strong> dar su dictamen, y<br />

que lo mediten mejor antes <strong>de</strong> ponerlo en<br />

ejecución.<br />

-¡Oh! sí -repuso Enrique, aprovechándose<br />

<strong>de</strong> aquellas palabras <strong>de</strong> su madre para volver<br />

a entablar conversación-, sí, porque las cir-

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